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Un poeta telúrico en árabe y en hebreo: el israelí Naim Araidi
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Travesía de Extramares

Un poeta telúrico en árabe y en hebreo: el israelí Naim Araidi

Actualizado 27/05/2014
José Alfredo Pérez Alencar

En Tel Aviv, tras más de dos horas de viaje desde Galilea en el taxi de Tarif, éste me hizo entrega de un último presente, enviado por el poeta Naim Araidi (Maghar, Israel, 1950), muy reconocido por su excelente poesía y por ser puente entre las dos culturas principales que habitan Israel.

Estábamos a la entrada del hotel Maxim, en la calle Hayarkon 86, casi a orillas del mar Mediterráneo.

Y es que la noche anterior al final del encuentro no pude despedirme de Naim. Al día siguiente emprendimos una hermosa excursión por las orillas del mar de Galilea y la cabecera del río Jordán. Al retorno, el autobús de los poetas internacionales que participábamos en el XV Encuentro Internacional Nisan de Poesía, se detuvo en un cruce de caminos saliendo de la aldea de Caná, y allí subimos al taxi la poeta sefardita israelí Margalit Matitiahu, el poeta chino Gao Xing, Jacqueline y yo, con destino a Tel Aviv y con el mismo taxista que nos había recogido cinco días antes en el aeropuerto Ben Gurión.

Pero volvamos a Naim Araidi. El primer presente o regalo que me hizo fue la invitación que meses atrás me había hecho llegar para asistir a ese magno esfuerzo de coexistencia cultural y de paz entre poetas árabes y judíos de Israel, contando también con la presencia de poetas llegados de distintos lugares del mundo.

Por eso, cuando nos vimos el día del acto inaugural, el 28 de abril, entre prisas y preparativos finales para empezar el encuentro, nos saludamos, le transmití el saludo del poeta iraquí Abdul Hadi Sadoun, y le hice entrega de mi librito 'Regreso a Galilea'. Los días posteriores fueron de intensa actividad, tanto en las lecturas como en los talleres de traducción que se celebraron en el Instituto de Formación al Profesorado de Meghar, su aldea o pequeña ciudad de 21,000 habitantes, donde él se ha empeñado en sacar adelante un encuentro que empezó justamente en tiempos de la segunda Intifada.

Cuando leí sus poemas en castellano, traducidos por Carlos Morales, Santiago Núñez Mariner, Oded Sverdlik o Ariel Schiller (Coexistence, El Toro de Barro, Cuenca 2002), lo cierto es que dije: "He aquí un poeta cuyo telurismo me resulta absolutamente genuino, un poeta que lleva la marca natal en las entrañas, un poeta que vuela por el mundo, pero siempre vuelve al lugar de nacencia".

Y lo hace como ahora, tras haber sido embajador de Israel en Noruega hasta hace unos meses, un caso insólito para alguien que es árabe y de religión drusa, y que además no formaba parte del cuerpo diplomático sino de la Universidad. Pero poco se sabe fuera de Israel de los árabes israelís, y especialmente de los cerca de 125.000 drusos que viven en una docena de pueblos del norte, especialmente en Galilea.

Veamos un rotundo poema sobre la vuelta a la aldea, escrito hace años pero que tiene vigencia para todo tiempo y lugar.

HE REGRESADO A LA ALDEA

He regresado a la aldea

donde aprendí a llorar por primera vez.

Regresé a la montaña

donde la naturaleza es un paisaje

que no precisa de fotografías.

Regrese al hogar que esculpieron en las rocas

mis antepasados.

He regresado al centro de mí mismo,

como yo quería.

He vuelto a la aldea

porque, abandonado por la poesía,

soñaba el difícil nacimiento del za'atar

y el aún más difícil de las suaves

espigas en la tierra abandonada,

donde yo un día soñé el amor naciente.

He regresado a la aldea

en la que viví una vida antes de mi vida,

raíz de diez mil viñedos

sobre la tierra buena

hasta que el viento llegó,

y me arrastró lejos y me devolvió, de nuevo,

a una vida nueva, como un penitente

que arrastrara su pecado.

¡Ay, sueño mío número treinta y dos,

he aquí los senderos desaparecidos,

casas tan altas como torres de Babel,

ay, pesado sueño mío

del que jamás brotará retoño!

¿Dónde están los hijos de la pobreza,

abandonados como las hojas muertas?

Nada queda ya de la que fue mi aldea,

sólo el nombre de aquellas viejas sendas

que hoy solamente son caminos de negro asfalto.

¡Ay, mi pequeña aldea se ha rendido

a los espejismos de la Civilización!

A mi aldea he vuelto, sí,

mas ya no escucho el ladrido de los perros,

y el palomar se ha vuelto una torre iluminada.

Ya nunca podré imitar con los segadores

la música del ruiseñor,

pues nada permanece ya de aquellos campesinos,

convertidos hoy en braceros a sueldo

con las gargantas llenas de humo.

¡Ay, mi sueño es como un pesado risco:

he vuelto a mi aldea huyendo de la Civilización

como un hijo que viniendo del exilio

otro exilio encontrara más amargo.

(Traducción de Carlos Morales)

No podía durar tanto un poeta como embajador. Me refiero a un poeta-poeta, pues éste siempre va un tanto a contracorriente y no acepta estar de vocero de muchas cosas que puede estimar no acordes con lo que piensa. Por eso ha vuelto a sus clases de literatura hebrea, a sus actividades poéticas y periodísticas. Recordemos que está graduado en lengua y Literatura Hebrea por la Universidad de Haifa y que obtuvo su doctorado sustentando una tesis sobre el poeta Uri Zvi Greenberg, en la Universidad Bar Ilan.

Con varios premios importantes que reconocen su poesía (en1986 recibió el Premio de Literatura Hebrea que entrega el Primer Ministro), la obra suya ha sido traducida a quince idiomas y entre sus libros podemos destacar: Eich Efshar Leehov (¿Es el amor posible?, 1972); Hazarti El-Ha Kefar (Regreso a la aldea, 1986) o Tevilah Katlanit (Bautismo fatal, 1992).

Aquí otra muestra del sentir de lo suyo, de su gente, de sus aldeas; de cómo el poeta se hace todos para el ahora y para lo porvenir:

LOS HIJOS DE GALILEA

Los hijos de Galilea son cálidos como el sol,

duros como la terebinta y orgullosos como el roble,

abrasan como el fuego de Sodoma, poseen

la humedad salina de la mar y, sin embargo,

abjuran del placer, renuncian a sus cuerpos.

Entre la proximidad y la lejanía,

yo extiendo un cordel desde mi cuello a su cuello:

¡ay, hijos de Galilea, dejadme o me perderéis,

dejadme volver para morir más tarde

con Gomorra!

Entre vosotros y yo no hay más que una sola cuerda.

Si vosotros la tensáis, yo la aflojo;

si vosotros la aflojáis, yo la tenso;

¿No creéis que ya va siendo hora

de que nos entendamos?

Todos los hijos de Galilea son mis antepasados,

y yo su heredero. Es verdad que somos diferentes

pero somos también el mismo hombre tan sólo,

sujetos a la ley de un único linaje interminable.

A pesar mío y de vuestra cólera, la misma soga

nos sujeta: la cuerda que me apresa por el cuello

es el hilo que os abraza por el cuello.

No, no hay invierno que dure en Galilea:

sobre la nieve florecen los olivos, los cantos perfumados

agitan el aceite para limpiar nuestras heridas,

y sus posos iluminan la nariz

que el ron de Galilea no deja de embriagar.

Y yo sigo desgarrando mis libros todavía,

porque ellos son la sangre que nos cruza,

la soga que nos ata.

Yo seré la víctima que expíe, con su muerte,

los pecados de mis hijos, y de mi propio pecado.

(Traducción de Santiago Núñez Mariner y Carlos Morales)

Pude disfrutar de las comidas y las muestras de folclore de la tierra de Naim Araidi. También conocer, explicado por él en una de las sesiones de traducción, algo más a fondo respecto a la religión drusa que profesan él y la mayoría de los pobladores de Meghar.

Pero sobre todo pude conocer a un excelente poeta de la misma tierra que el máximo poeta-poeta que aprecio: Jesús el Galileo.

Aquí un tercer poema de Naim Araidi, una voz en árabe y en hebreo que no deben olvidar.

LOS NOMBRES DE LA TIERRA

Muchos nombres le pusieron a la tierra

y a todos ella sabe responder.

Yo conozco nombres también para la tierra

en que vivo y en la que he de morir

pero esta no es toda la verdad.

Porque yo también respiro el aire de la patria

que en mí dejó su vástago,

aquel que no quiere abandonarme

y se ha roto dentro de mí.

Aquel con quien vivo y a quien hablo

en todas las lenguas que conoce.

Eso es lo más doloroso de mi vida

y eso -créanme- me vino dado.

Mientras tanto, sólo escribo roto en dos

de derecha a izquierda

y de izquierda a derecha

cuando la derecha está a la izquierda

y la izquierda a la derecha.

A eso es lo que se llama Estado.

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