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José Luis Montero, para siempre, por Santiago Corchete Gonzalo
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OPINIÓN

José Luis Montero, para siempre, por Santiago Corchete Gonzalo

Actualizado 27/05/2014
Redacción Ciudad Rodrigo

Desde que La Voz de Miróbriga murió para sus lectores y/o colaboradores, a José Luis Montero pareció entrarle una especie de tristeza profunda, como si una mordiente languidez invadiera su ánimo; lo cual a sus amigos y conocidos nos llenaba de preocupación: oye, ¿qué le pasa a José Luis, sabes algo? No, no sé nada, a ver si un día de éstos me hago el encontradizo con ANA, su mujer, y le sonsaco algún detalle; seguro que ella lo sabe. Y claro que ANA lo sabía y sufría, como también lo sabíamos todos...Pero no queríamos saberlo. Nos negábamos a aceptar que J.L.M. estaba herido por una enfermedad definitiva, inexorable. De manera que el amigo de contrastada bonhomía, fiel hasta la última gota de su corazón, sí, José Luis Montero se nos acaba de morir.

Hace escasas fechas hablé desde Badajoz con él. ¿Fue merced a una casualidad, o a una de esas revelaciones inconscientes que a veces acontecen en la vida? Qué más da. El caso es que, además de su estado de salud, hablamos -¡cómo no!- de la escritura. Porque José Luis llevaba con discreción, humildad, y puede que hasta con resignación, su innata vocación de escritor memorialista. Poco a poco y ayudado por las lecturas, fue acumulando experiencias y vivencias de toda índole que, con cierta dosis de timidez, comenzó a publicar para los lectores de La Voz en los postreros años de ambos. Qué gozada de relatos amenos, ocurrentes y llenos de chispa. Quienes no conocían esta faceta literaria de José Luis, quedaban sorprendidos, atónitos, boquiabiertos. Todo el mundo los leía y aprobaba, pidiéndole que escribiera más, muchos más, para deleite de todas y de todos. Hasta el Ayuntamiento de C.Rodrigo le encargó el pregón del Martes Mayor de hace un par de años tras comprobar la eficacia de su memoria y de su pluma. La tarde-noche de aquel día agosteño constituyó un momento inolvidable de gloria para José L. Montero, su familia y sus amigos. Porque bien me consta, me apresuro a dar fe de ello.

Pues bien, en la conversación telefónica anteriormente referida, también recomendé a José Luis que siguiera escribiendo, que todos los días vertiera a la escritura sus pensamientos, preocupaciones, quehaceres y vivencias, no solo para lograr su desahogo personal, -la tópica catarsis que dicen los finolis-, sino también la delectación de su nuevo público lector. Porque, huérfanos en cierto modo de La Voz, nada mejor que ofrecer a los soportes digitales de las web abiertas de par en par con tantísimo éxito y acierto en Miróbriga. ¿Desean conocer su respuesta? Completamente afirmativa; me aseguró que iba a dar comienzo de inmediato a la nueva tarea con el enfoque que entre los dos habíamos trazado. Mas, ay, no pudo ser; no lo consintió el destino, esa terrible parca que siempre actúa con la crueldad incógnita de su guadaña imperturbable y, siempre, siempre, miserable.

Nos queda, ANA querida, el pequeño pero reconfortante consuelo de recordar su trabajo empresarial, su afán de progreso para la patria chica mirobrigense, la flor prometedora de su obra literaria... y el amor que os profesó a quienes, tú y vuestra hija, fuisteis su tesoro real más valioso e inmediato y a la vez lo mejorcito y más importante de sus sueños. A sus paisanos y múltiples amigos nos seguirá calentando de por vida el permanente rescoldo de su amistad y su nobleza. Descanse en paz.

Santiago Corchete Gonzalo

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