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¡Chiqui, no te duermas!
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¡Chiqui, no te duermas!

Actualizado 27/05/2014
Ana Higles

Mi abuela me llamaba Marie Curie.

Como buena abuela, presumía de mí como si de mi mente hubiera brotado una de las grandes ideas de la Humanidad. A sus ojos mis limitaciones no existían. Canto, pues para ella era la Callas. Toco el piano, me tenía por algo así como una virtuosa heredera del carisma de Beethoven. Estudio Física, ella me veía como una mente privilegiada con el camino al CERN adornado con baldosas de oro.

Los abuelos están para malcriar a los nietos y mi abuela Consuelo (o Chelo, dependiendo de lo que hubieses discutido con ella) lo hacía con toda la entrega del mundo. Para ser sinceros, malcriar era lo que mejor se le daba. Eso, dejar claro que la razón era suya y dar de comer a la familia como si fuésemos la V Legión del Imperio Romano.

Mi abuela se marchó un 24 de mayo, sin poder organizar una comilona por mi graduación o, simplemente, verme con el título de Físicas bajo el brazo. Pero estaba convencida, desde que supo que estudiaba meteorología, que yo tenía el poder de controlar la lluvia. Le gustaba la música "con categoría" y leer las vidas de los grandes genios. Y contármelas siempre que tenía oportunidad, quizás para que me empapase de algo.

Tengo 23 años, pero para ella siempre fui "la Chiqui". ¡Chiqui, no te duermas!, me canturreaba siempre que la oportunidad se brindaba, para recordarme algo que pasó cuando yo era muy pequeña en una tarde de compras en Valladolid. Yo ni lo recuerdo, pero para ella supongo que siempre fui aquella mocosa rubiata que levantaba dos palmos del suelo y se comía el mundo de curiosidad. No sé si mi abuela apareció alguna vez en el periódico. Sospecho que no. Hoy me encargo yo de regalarle ese último capricho. Fue una terremoto que arrasó allá por donde pasaba. El que la conociese, sabrá de lo que hablo.

Mi abuela Chelo se ha ido, pero tengo la suerte de haberme podido despedir de ella de la mejor de las maneras, con una de esas frases para recordar que solía soltar sin avisar. "Adiós, Princesa". Ya será para menos el halago, le dije yo. "Todas las personas tienen algo bueno en su fondo."

Querido lector, estoy triste porque ya no tengo abuela, pero me alegra haber sido para alguien realeza y Nobel; porque aunque ella se haya ido, eso ya se queda conmigo. Seguimos vivos mientras se nos recuerda.

Alborota cuanto puedas mientras nos esperas.

Que no quede nadie por enterarse de que has llegado allá donde estés.

Adiós, abuela. Hasta la próxima.

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