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Recordando el Año de la Familia
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Recordando el Año de la Familia

Actualizado 25/05/2014
José Román Flecha

Han pasado veinte años. En 1994, por decisión de las Naciones Unidas, se celebraba el Año Internacional de la Familia. El logotipo mostraba dos corazones entrelazados cubiertos por un tejadillo al que le faltaba una columna. Decía que significaba un hogar abierto a la sociedad. La familia no es sólo espontaneidad y amor, es también responsabilidad comunitaria. No es un espacio cerrado a todos los vientos. No hay familia sin apertura y sin acogida.

Por todas partes se nos invitaba a "construir la democracia más pequeña en el corazón de la sociedad". La sociedad grande habría de aprender de esa pequeña sociedad que es la familia su ser y su quehacer como comunidad humana y humanizadora.

Pero aquel tejadillo abierto era muy ambiguo. De hecho preparaba el reconocimiento de cualquier unión fáctica de parejas de cualquier sexo. Creíamos que la familia estaba ya inventada, pero desde entonces se pretende redefinirla a cada paso. La glorificación del pluralismo como máximo valor lleva en nuestro tiempo a la aceptación de cualquier tipo de valor.

En aquel año, el Papa Juan Pablo II publicó una amplia Carta a las Familias. En ella menciona las modernas interpretaciones de la familia: "En nuestros días, ciertos programas sostenidos por medios muy potentes parecen orientarse por desgracia a la disgregación de las familias. A veces parece incluso que, con todos los medios, se intente presentar como 'regulares' y atractivas -con apariencias exteriores seductoras- situaciones que en realidad son 'irregulares' (n.5).

El Año Internacional de la Familia no pretendía solo lamentar los fracasos, sino suscitar todo un movimiento mundial de apoyo a las familias. Sin ellas no es posible una sociedad humana. Muchas familias luchan por mantener sus valores e ideales, por descubrir su misión y afianzar su compromiso humano y social.

Dos de esos valores se implican mutuamente: la gratuidad y la gratitud. Por el primero, la familia nos enseña a conceder tiempo y atenciones a los miembros que parecen aún incapaces de "producir" bienes para la comunidad. Por el segundo, la familia nos recuerda el deber y el honor de reconocer el servicio y los méritos de quienes ya se han retirado de una vida dedicada a la producción inmediata de bienes y servicios.

En términos cristianos, diríamos que con ese lenguaje de la acogida inmerecida y la atención reconocida, la familia constituye ya por sí misma un "evangelio": una buena noticia para el mundo.

A las familias cristianas les pedía Juan Pablo II en la Carta a las familias que volvieran su mirada a la Sagrada Familia de Nazaret, "icono y modelo de toda familia humana". Ahí habrán siempre de aprender "a profundizar la propia misión en la sociedad y en la Iglesia, mediante la escucha de la palabra de Dios, la oración y la fraterna comunión de vida" (n. 23).

EL DEFENSOR

Domingo 6º de Pascua

25 de mayo de 2014

"La ciudad se llenó de alegría". Puede parece insignificante esa nota que encontramos en la primera lectura de la misa de este domingo sexto de Pascua (Hech 8, 5-8. 14-17). La ciudad es Samaría. Como sabemos, los samaritanos siempre se habían mostrado distantes y enemigos de los judíos. Pero ahora reciben con gozo la predicación de Felipe sobre Jesucristo.

En efecto, Felipe anuncia el evangelio y acompaña su predicación con signos de liberación. Y eso llena de alegría a los que siempre habían rechazado a los judíos y aun al mismo Jesús. Una buena lección para los que hemos sido llamados a anunciar el evangelio y caemos en el pecado del pesimismo, que denuncia el Papa Francisco.

Hay otro detalle importante. Felipe va roturando el campo y sembrando el grano. Pero deja la recogida de los frutos a los apóstoles Pedro y Juan. A ellos corresponde imponer las manos, a los que han escuchado el evangelio. Es entonces cuando desciende sobre ellos el Espíritu Santo. Los evangelizadores son bien poca cosa si no colabora el Espíritu de Dios.

LOS MANDAMIENTOS Y EL MUNDO

Al Espíritu alude también Jesús en el Evangelio que hoy se proclama (Jn 14, 15-21). De nuevo nos encontramos en el marco de la última cena. Y escuchamos las palabras del Maestro que anuncia el envío del Consolador: "Yo pediré al Padre que os envíe otro defensor, el Espíritu de la verdad, para que esté siempre con vosotros".

Jesús promete estar atento a las necesidades de sus discípulos. Su Espíritu estará con ellos como el único y verdadero defensor de la comunidad y de cada uno de los que creen en Jesucristo. Pero ellos, por su parte, habrán de manifestar con sus obras la fidelidad a su Maestro: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos".

Hay un tercer detalle que merece subrayarse. Jesús sabe que el Espíritu de Dios no puede ser percibido por el mundo. Ni por la mundanidad que ciega a veces nuestros ojos. Pero quien es fiel al mensaje de Jesús experimentará en su vida la presencia y la asistencia del Espiritu de la verdad y del consuelo.

EL ESPÍRITU DE LA VERDAD Y DEL AMOR

Todo el discurso de la despedida del Señor nos lleva a escuchar con gratitud las promesas últimas que Jesús dirige a sus discípulos:

? "Yo pediré al Padre que os envíe otro defensor". Durante su vida terrena, Jesús se ha mostrado como nuestro gran intercesor, nuestro pastor, el orante que promete no olvidarnos jamás. Ahora intercede ante el Padre pidiendo para nosotros otro valedor.

? "Estará siempre con vosotros". El Mesías había sido anunciado como el Emmanuel, que significa "Dios con nosotros". Por medio de este otro Consolador, los creyentes gozarán de la presencia cercana y amorosa de su Señor.

? "Será el Espíritu de la verdad". Jesús se presenta como el camino, la verdad y la vida. Ante Pilato dice haber venido al mundo para dar testimonio de la verdad. Todos los que son de la verdad escuchan su voz. El Espíritu revela y reafirma esa verdad.

- Señor Jesús, tú has prometido a tus discípulos de antes y de ahora el Espíritu de la verdad y del amor. No permitas que lo olvidemos. Mantén siempre abierto nuestro corazón a su enseñanza y a sus impulsos. Amén.

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