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Vivir con alegría
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Vivir con alegría

Actualizado 24/05/2014
Eusebio Gómez

La fe en la resurrección lleva consigo el vivir en alegría. Martín Descalzo, hablando de la resurrección, entona este canto festivo:

¡Aleluya, aleluya!, este es el grito que, desde hace veinte siglos, dicen hoy los cristianos, un grito que traspasa los siglos y cruza continentes y fronteras. Alegría, porque él resucitó.

Alegría para los niños que acaban de asomarse a la vida y para los ancianos que se preguntan a dónde van sus años; alegría para los que rezan en la paz de las iglesias y para los que cantan en las discotecas; alegría para los solitarios que consumen su vida en el silencio y para los que gritan su gozo en la ciudad?

Macario el Grande dice que, a veces, a los creyentes «se les inunda el espíritu de una alegría y de un amor tal que, si fuera posible, acogerían a todos los hombres en su corazón, sin distinguir entre buenos y malos». Esta alegría pascual impulsa al creyente a perdonar y acoger a todos los hombres, incluso a los enemigos.

Confesar a Jesús resucitado es creer que la vida vence a la muerte, que el verdugo no triunfa sobre la víctima, que lo último no es el vacío o la nada, sino la plenitud, que la muerte no conduce al absurdo, sino al hogar del Padre. Cristo seguirá resucitando cada vez que nos amamos, cada vez que compartimos con el otro, cada vez que perdonamos y disculpamos, cada vez que sembramos alegrías y esperanzas. Él quiere que tengamos su gozo, que nuestra tristeza se convierta en alegría. Si le amamos, nuestra alegría será completa.

La alegría es un fruto del espíritu y nace de creer en el Resucitado, en la fuerza de Dios, que salvó a su Hijo de quedarse en el sepulcro para siempre. Si Cristo ha resucitado, si es algo vivo, podrá llenar de alegría la existencia de todo ser humano. Él es el tesoro por el que se vende todo lo que se tiene; la causa de la alegría de todos aquellos que creen en el Amor y en la Vida.

El P. Maximiliano Kolbe, al pedir ocupar el puesto de un padre de familia condenado a muerte, alentó la esperanza y evitar la desesperación de otros condenados en la celda de castigo. Un preso acababa de ofrecer la vida por otro preso desconocido. Un vigilante nazi exclamó emocionado: «Este cura es verdaderamente un hombre decente».

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