Cuando el sábado, tras dos horas eternas y tensas, el Atlético se proclamó campeón de liga nos llenó, a los atléticos, de una alegría desbordante. Sonó el móvil y me llegó un mensaje de felicitación, el primero, de un amigo catalán y culé hasta las cachas, dándome la enhorabuena y reconociendo que este año era de justicia que ese título fuera nuestro. Se lo agradecí inmediatamente, su respuesta fue que no podía ni imaginar lo que estaría sintiendo en ese momento. Y es que así es: salvo los atléticos nadie puede comprender lo que se siente cuando alcanzamos triunfos que tardan décadas en llegar, pero es que tampoco entienden cómo puede la afición entregarse en cuerpo y alma cuando pasan años sin alcanzar objetivos e incluso, en el peor de los casos, descendiendo a los infiernos.
Los atléticos estamos acostumbrados a sufrir (mucho) y a esperar, sabemos que las victorias no son el pan nuestro de cada día, comprendemos que lo nuestro es un sentimiento porque las razones sobran, aguantamos como nadie la derrota, apoyamos a nuestro equipo cuando parece no haber solución, hallamos esperanza en cualquier victoria y siempre, pero siempre siempre, mantenemos la ilusión.
Ser atlético es un regalo, en la mayoría de las ocasiones transmitido por nuestros padres, como en el caso de mi familia en que mi padre compartió con nosotros la dicha y la lección del color rojiblanco. El Atlético bien podría ser como una metáfora de la vida, un club que estuvo décadas en manos de una directiva que hacía lo que le venía en gana ninguneando por doquier a quienes sostenían el club, la afición; de la que sólo se acordaban cuando la necesitaban, y obviando el sentir general de quienes realmente hacían grande al club y paseaban con orgullo los colores de la ilusión.
¡Tantas cosas se hicieron mal, tanto espectáculo ridículo de un señor que se creía el rey del mambo, tanto erigirse en cid campeador de algo que erróneamente consideraba suyo! El Atlético, a la historia y los hechos me remito, es de los atléticos, es de quienes prefieren no ir de vacaciones para pagar su abono, de quienes lloraron el descenso como se llora un despido, de quienes ya en la cuna enseñan a sus hijos quién fue Vicente Calderón, es de quienes cantaban recordando a Luis Aragonés la pasada semana en Neptuno... es de todos y cada uno de los que lo sentimos nuestro porque siempre creemos en él.
Así que sí, el Atlético es una lección de la vida y es como ella, mucha derrota, mucha espera, incertidumbre a veces, disgustos inesperados, marchas dolorosas, decisiones incomprensibles? y al final, de cuando en cuando, una alegría que borra de un plumazo cualquier desconsuelo, y sobre todo es ilusión, ilusión que se mantiene siempre, hasta en los tiempos más adversos, hasta en los momentos de mayor desesperación porque sabemos y creemos que la victoria llegará y su sabor, ese fino gusto que tiene aquello casi imposible, hace que cuando pasa, sintamos que rozamos con nuestras manos el cielo.
Como soñar es gratis, y más siendo atléticos, espero que el 24 de Mayo, ahora con el Cholo, la historia nos devuelva lo que hace cuarenta años fue un mal trago y Luis, desde donde esté, lo disfrute como sólo un atlético puede hacerlo.
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