Opacidad, por Rubén Juy Martín

Nunca unas lentes fueron tan opacas como las suyas, voraces pero inocentes a un tiempo, serenas e inquietas por igual, desérticas o tropicales en ocasiones?

Nunca antes se había creado semejante maravilla, que, siendo observada por donde fuera se descubría siempre una pieza nueva del enorme puzzle que componía. Y descubrimiento a descubrimiento me fui enamorando de sus lunas, dos diamantes negros en bruto dispuestos a que los explotasen, deseosos de que se les otorgara el valor que realmente poseen.

Dos luces negras que son capaces de iluminar la tenebrosa noche, transformándola en la más luminosa de las melodías, con una mezcla de colores, olores, sabores o tonos que ni el mismísimo Beethoven sabría reconocer.

Esas cuevas son la puerta hacia el infinito, pues es sabido que nadie que entró en ellas volvió a salir sin volverse completamente loco, pues no hay mente humana que conciba semejante belleza concentrada en tan solo dos puntos negros.

Y os hablo desde la locura, pues puedo jurar que de nada estoy más orgulloso que de haber cruzado esa puerta infinita aquel día en el que sus cantos de sirena me atrajeron hasta tan oscuros abismos, prometiéndome oro como tesoro, pero, ¡Sorpresa la mía cuando llegue!, pues el tesoro no era ni oro ni plata, si no poder ver aquella maravilla unos centímetros más cerca.

El tesoro no era otro que poder apreciar la mayor obra de arte creada por la madre naturaleza en todo este recorrido vital que llevamos andado.

Sin palabras me quedé entonces cuando lo vi y sin palabras me quedo ahora al recordar ese bendito día en el que tus ojos me sacaron de mi cordura para empujarme por el precipicio que había tras ellos, tras tu mirada.

Aún sigo cayendo en este pozo sin fondo del que espero no salir nunca.

¡Busquen sus ojos y sean felices!

Rubén Juy Martín [@ruben_juy_9]

Estudiante