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La esencia de las cosas
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La esencia de las cosas

Actualizado 17/05/2014
Manuel Lamas

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Cuanto me gustaría, querido lector, aportar algo positivo a través del lenguaje. Pero las palabras, se parecen al viento: unas veces confortan, muchas veces dañan y, en la mayoría de las ocasiones, pasan sin pena ni gloria.

Sin embargo, nuestra vida transcurre sumergida en conceptos; en juicios de valor que afirman y niegan la esencia de las cosas; como si éstas tuvieran otra sustancia que aquella que conforma su materia y su forma.

Así, el trabajo que realizamos, no tiene otro fin que el dominio sobre las cosas. Los mercados avalan mi afirmación cuando ofrecen su vasto muestrario de artefactos, algunos, fruto de innovaciones tecnológicas sin precedentes.

No obstante, aunque las cosas carecen de esencia, muchas de ellas nos superan en el tiempo. Pero, en casi todos los casos, pronto pierden nuestro interés y se convierten en la chatarra del mundo; en obstáculos con los que a diario tropezamos. Lo cierto es que, al absorber toda nuestra atención, terminan esclavizándonos. Ocurre así, porque desconocemos su grado de utilidad en relación con nuestras verdaderas necesidades. El precio que pagamos por algo que no necesitamos, aunque sea bajo, siempre hay que contabilizarlo como pérdida.

Entonces, si las cosas carecen de esencia, aunque tengan peso y volumen; si somos cada uno de nosotros quienes le otorgamos el provecho, cuando proyectamos nuestras expectativas sobre ellas ¿acaso no estamos magnificando su valor? ¿Por qué todos nuestros esfuerzos se orientan sobre la materia, como si ésta conformara la única realidad? Cierto que, con el dominio de las cosas, se controlan las voluntades. Unas veces con el señuelo de la riqueza, otras con la promesa de un puesto relevante, o simplemente, por miedo a la precariedad, se somete a las personas, aunque tales comportamientos se definan con eufemismos.

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El investigador se recluye en el laboratorio tratando de hallar una fórmula que le haga portador de la gloría. El financiero analiza los mercados de valores para multiplicar su patrimonio, el trabajador sueña con la riqueza para encontrar sentido a su vida y, cuando se acerca a ella descubre con decepción que, nada transcurre como imaginaba; porque las cosas no tienen esencia, aunque sean el resultado de nuestras luchas y sacrificios.

He de confesar que muchos años de mi vida transcurrieron baldíos. También yo albergaba la esperanza de conseguir, a través de las cosas, lo que no hallaba por otros medios. Buscaba una llave maestra capaz de convertir los sueños en realidades. Con el paso del tiempo he comprendido la magnitud de mi error.

A pesar de cuanto señalo, es necesario que las personas se entretengan traficando con las cosas. De esa actividad depende la salud de nuestra economía y el sostenimiento de nuestras comunidades. Y, aunque las cosas carecen de esencia, muchos aún no lo saben. Pues no son pocos los que buscan en la oscuridad el origen de la luz.

Quizá mi falta de motivación no sea otra cosa que agotamiento por no encontrar en el baúl de cachivaches de la humanidad algo aprovechable. También puede ser que, esta pérdida de esperanza, obedezca a que miro la realidad desde ángulos alejados de estereotipos y convencionalismos.

Pero el mundo, es decir, la tierra vasta y fértil, con sus enormes masas de agua, con sus frondosas selvas y fértiles llanuras, se ha convertido en un extenso mercado de baratijas, donde todo tiene su precio. Este lugar, destinado para todos en igualdad de condiciones, ha quedado bajo la tutela del comercio y, las grandes empresas, nos obligan a consumir productos que no necesitamos aplicando diversas estrategias de venta.

Desgraciadamente, hemos perdido el atributo se seres con alma, para convertirnos en elementos de consumo, a los que es necesario entretener con cosas para que no sientan la tentación de pensar. Pues, en el pensamiento reside la libertad y, tantas veces como no lo utilizamos, aceptamos las tesis de quienes nos utilizan para sus fines.

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