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El juego del trilero
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El juego del trilero

Actualizado 15/05/2014
Abel Sánchez

Seguro que recuerdan aquellas campañas electorales en las que las administraciones se dedicaban a crear ambiente electoral, derramando sobre la ciudadanía todo tipo de bienes y promesas: obras públicas por doquier, enormes máquinas cambiando la faz de la ciudad, inauguraciones a destajo, presentaciones de proyectos, y sonrisas, sonrisas, sonrisas. Se nos quería hacer ver que el trabajo callado y oscuro de varios años florecía de pronto al calor del sol electoral, que los esforzados próceres habían estado trabajando sin descanso para poder ofrecernos ahora el luminoso fruto de sus desvelos.

La tristeza que nos envuelve desde hace unos años ha llegado también a las campañas electorales, no tenemos ni una mala puesta de primera piedra que llevarnos a la boca, ni un cartel de mil colores que anuncie una obra pública recién inaugurada; así no merece la pena ocupar un cargo público, no hay brillo ni glamour.

No se sabe aún si se han acabado para siempre las campañas electorales de fanfarria y alegría universal (ojo, que nadie se alegre por anticipado, porque eso no supone que se hayan cambiado por campañas electorales cargadas de argumentos; por lo visto hasta ahora todo sigue igual, lo más profundo que se dice es "y tu más", lo que ocurre es que ahora ni tan siquiera se envuelve en papel de celofán la pobreza del mensaje), o es que es verdad eso de que los grandes partidos hubieran preferido no tener que tomar el amargo cáliz de celebrar unas elecciones a un parlamento europeo en el que no creen, y que solo servirán para poner en evidencia el hartazgo ciudadano; lo cierto es que no hacen nada para animar el cotarro, se les ve tristones, y así no van a empujarnos a participar en otra manida "fiesta de la democracia" un domingo de primavera que promete otras delicias.

Hay que reconocer que nuestro alcalde, ese hombre pegado a una sonrisa electoral, ha hecho lo que ha podido. A falta de grandes presupuestos que despilfarrar ha querido dar brillo a la campaña prometiendo asfaltar un solar para que sirva de aparcamiento (que curiosamente es para lo que ya sirve), o hacer reformas en el parque de la Alamedilla, si bien no ahora, en otro momento. Su último gran esfuerzo ha sido el de anunciar a bombo y platillo que vamos a pedir a la Unesco que nos galardone con el título de Ciudad de la Literatura.

Es increíble cómo nos gusta coleccionar títulos, y confundir la realidad con la propaganda; hace unos años se nos vendió el título de capital europea del deporte (y digo que se nos vendió porque literalmente lo compramos a través de una empresa intermediaria), cuando las instalaciones deportivas de Salamanca producen sonrojo al compararlas con cualquier otra ciudad de una población similar y no existe apoyo alguno al deporte de base. Ahora nos vienen con el de Ciudad de la Literatura, que forma parte de una denominada red de ciudades creativas; no se lo que nos costará el título en cuestión, pero resulta amargo contrastar estos juegos florales con la noticia que hemos conocido al mismo tiempo de que la Universidad de Salamanca ha perdido 250 profesores, con la pobreza de las bibliotecas municipales, o con la impasibilidad con la que nuestro Ayuntamiento (y gran parte de la ciudadanía) permitió la pérdida de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez y del Centro Internacional del Libro Infantil y Juvenil que estaba en Salamanca y sí que era una referencia mundial. Basta con preguntar a cualquier artista local por las ayudas que recibe de las instituciones para saber si somos o no una ciudad creativa.

El juego del trilero consiste en hacernos creer que dominamos la situación y somos capaces de decir dónde está la bolita, cuando lo cierto es que la bolita no existe y ha desaparecido entre las manos del timador. Ahora nos quieren vender la ilusión de un título más para ocultar la nula política cultural de las instituciones. La diferencia es que el trilero asume el riesgo de sus trampas, los malos políticos juegan sin riesgo: siempre pierde el pueblo.

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