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Actualizado 30/04/2014
Fernando Segovia

Hasta don Miguel ha llegado la marejada de la ley de memoria histórica. También nos apuntamos a la moda con él. Remover tumbas (por antiguas, dignas o indignas que puedan ser) con el afán de certificar y dar a los huesos otro acomodo. Y es que ni los muertos acaban teniendo descanso así. No iba a ser menos don Miguel. Y el autor de don Quijote era mucho autor para que pasara medio desapercibido el hombre. Los motivos, no muy claros, pero la razón final la apunto como de interés turístico más que cultural. Y es que una señalada tumba con el cadáver dentro del ilustre escritor, tiene tirón suficiente como para congregar colas de turistas que paguen por estar delante unos minutos. Pueda ser eso finalmente.

Los datos a tener en cuenta: un varón del siglo diecisiete, de unos setenta años y achacoso, con esquirlas de arcabuzazo en el pecho, artrítico, con mano y brazo en invalidez pero sin saber ciertamente en qué modo y grado. Con esos datos busque usted y remueva unos cuantos metros cuadrados de convento añejo para dar con su osamenta verdadera. Y ahora que está tan de moda eso, a este señor no le vale el cotejo con adn. Sólo identificación morfológica pura y dura. Y dar con el certero don Miguel o con el más aproximado. Sabemos que fue enterrado según propia voluntad en el convento de las monjitas Trinitarias del barrio de las Letras madrileño, en 1616. Y con la de muertos que debe haber por allí debajo (de antes y después) identifique usted al verdadero. Eso son ganas de hurgar en la tierra y molestar a tantos muertos en su descanso eterno bueno o malo.

Las pobres monjas no saben dónde se meten. Máquinas, técnicos, forenses, agujereadores profesionales y demás, durante meses allí adentro, entre rezos, madrugones y discretas señoras apartadas del mundo premeditadamente. Y si tienen suerte y dan con el señor pronto, pues vale. A lo mejor aparece un montón de huesos con una pluma o algo parecido al lado y un ejemplar manuscrito de la Ilustre Fregona, y entonces miel sobre hojuelas. Pero eso es improbable que suceda. El caso es identificar un cadáver que sea el genuino a ciencia cierta (no sé en qué grado de probabilidad) o se aproxime al antedicho, sacarlo, estudiarlo, darle nueva sepultura con más boato, anunciar el año cultural correspondiente, y a cobrar al turista en la taquilla. Me temo sea eso al final.

A Colón (a la mitad de sus huesos) ya le hicieron algo parecido (y creo que sin demasiado éxito) hace un tiempo. También al caudillo Chávez (antes de convertirse él mismo en cadáver y mito) se le ocurrió algo parecido con su muerto más ilustre, Bolívar, para intentar averiguar si había sido o no envenenado. Y es que nada hay como desenterrar un mito (más en huesos que en carne propiamente dicha) a tiempo para entretener algo al personal y distraer de asuntos más importantes. Y a mayores, que se acerca el verano.

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