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El cubo blanco
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El cubo blanco

Actualizado 27/04/2014
Andrés Alén

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En el arte contemporáneo, desde hace tiempo, existe un espacio transformador, mágico como el sombrero del prestidigitador, milagroso como las piscinas sanadoras y manantiales marianos, al que millones de creyentes se acercan con fe ciega dispuestos a recibir el alimento espiritual que dé sentido a eso que desde pequeñitos en la escuela, les señalaron, como estrella a seguir para fundamentar una vida digna de ser validada como humana: La sacrosanta cultura.

Este "no lugar "o limbo infinitamente mutable, tiene el poder de ser arte en potencia no sé si en sí mismo o como consecuencia del prestigio santificador que le otorgaron los tiempos y tantos sabios encumbrados en sus Sinais como profetas.

Ya sabréis que me estoy refiriendo al inmaculado y aún aséptico espacio que llamamos galería de arte, y ya en el colmo de la sublimación, al lugar donde habitaban musas y musos, y hoy repueblan como el eco los conceptos que rebotan en los níveos muros y se nos meten dentro, ese lugar que ya casi nadie quiere llamar museo debido al denominado destierro Global del arte, que parece condenarlo a una nueva travesía del desierto, con lo fresquito que se estaba allí en Egipto pintando mausoleos. Ahora se prefiere llamarlos centros de arte, huyendo de antiguos concertados cometidos como los de coleccionar, conservar, estudiar y comunicar. Y por lo que sigue, bien pudieran llamarse centros de transformación y reciclaje de todo lo que fuere susceptible de ser considerado como artístico. Que en realidad es todo puesto que todo, en esta cisterna blanquecina se aprecia como tal.

Allí puede tender su última colada, seca, húmeda o escurrida; su dormitorio como hizo Claes Oldenburg en el 63, o irse a ver la final de la Champions entre el Atlético y el Madrid. En cuanto pise este espacio, todos lo miraran con otros ojos, como aquellos con los que nos miró nuestra madre cuando hicimos la primera comunión.

El primero que se dio cuenta de este truco, como siempre fue Marcel Duchamp y mandó su orinal fuente, firmado con pudor con nombre falso R.Mutt.

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Desde entonces el cubo blanco ha hospedado todo tipo de seres y enseres. Jannis Kounellis, Untitled (12 caballos) en 1969. Aquí en Salamanca en la desaparecida Art 23 CB (sirva de homenaje) , Domingo Sánchez Blanco y sus amigos, entonces Antón Lamazares de los más, nos dejaron los restos de una abundante merienda , apenas el pernicote del puerco momificado como, en la misma muestra, una vaca lechera viva y paciente a la que había puntualmente que ordeñar. En la mayor vigencia del arte Póvera se mostraron trapos viejos y utensilios oxidados, y en el Pop todo más estandarizado pero siempre a punto de estrenar. Y así llegamos a estar como España representados en la última Bienal veneciana por la aragonesa Lara Almarcegui, con una amplia instalación basada en escombros y descampados, ya metidos en el más fino arte ecológico y conceptual.

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En el siglo XIX apenas existía el poder de la peana, mucho más restrictivo y encima eran tiempos de figuración en exclusiva. Cualquier señor por más que analfabeto subido a ella entero o en parte como busto se convertía en un ilustre Señor. Ya digo más limitado. A lo más una peana encima de una peana. También estaba el exceso de marco para dar pote a cualquier pinturita, pero no es igual; además ahora los marcos son escuetos o no lo son, para qué si el cubo con su mucho espacio y su escasa obra ya se encarga de magnificar lo mínimo.

Lo fundamental es el mágico cubo. Es él que contiene el poder. Una de las exposiciones fundamentales de Yves Klein fue La Vide en 1958: No expuso nada. Hoy es la reproducción de la sala la que figura como obra. (Primera fotografía de este artículo).

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Después vendría Arman, en esta misma Galería Iris Clert, y la llenaría hasta los topes de cachivaches hasta impedir la entrada, El Lleno, 1960. El premio Turner a Martin Creed consistía en una habitación vacía donde unas luces se encendían y apagaban cada cinco segundos. Aquí me quedo repensando en uno mismo y mi relación con el arte, donde las luces que se me encienden y se me apagan cada poco, sin apenas tiempo para escribir un artículo como este, amenazan con convertirme en un intermitente que acabara tirado en el blanco cubo. En fin.

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