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El ardiente espíritu de Isidoro
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El ardiente espíritu de Isidoro

Actualizado 27/04/2014

Isidoro debió de nacer en torno al año 560 en Cartagena. Pero en Sevilla transcurrió su infancia y su juventud. Y de esta ciudad llegaría a ser obispo, a la muerte de su hermano Leandro, poco antes del año 602.
Desde Sevilla, la fama de Isidoro habría de expandirse por todas partes. Al celo del buen pastor, unía un el deseo de legar a las futuras generaciones lo mejor y más granado de la sabiduría antigua. Isidoro lo intentó especialmente con las Etimologías.
Según él, las leyes han de orientarse siempre al bien común. Si se limitan a proteger intereses privados degeneran en "privilegios". Al referirse a Jesucristo, comenta los diversos nombres que le otorgan la Escritura y la tradición.
San Isidoro escribió además Las Sentencias en tres libros. Recordemos, a modo de ejemplo, una de las sentencias referidas a Cristo: "Quien deja el camino real, que es Cristo, aunque vea la verdad, de lejos la ve; porque si no es por el camino no hay modo de acercarse a ella. Y si caminando por el desierto tropieza con un león, cúlpese a sí mismo, cuando se encuentre metido en las fauces del diablo".
Entre las sentencias morales, se puede escoger la siguiente: "En toda obra buena son de temer el fraude y la desidia. Cometemos fraude para Dios cuantas veces por alguna obra nuestra nos alabamos a nosotros y no a Dios. Obramos con desidia cuantas veces practicamos con languidez por pereza lo que a Dios toca".
San Isidoro amaba con delirio a su patria. Su maravillosa "alabanza de España" no es el canto de cisne del Imperio romano, sino la canción de cuna de un nuevo mundo y una nueva sociedad que él soñaba y trataba de promover.
A Isidoro le había rasgado el alma la división del pueblo godo. Saltó de alegría cuando Leandro, su hermano mayor, logró la unidad en el Concilio III de Toledo. Isidoro rondaba por entonces los treinta años y comprendió plenamente el significado de la oración pronunciada en aquella ocasión por Recaredo. En sus ojos debió de brillar el fuego sagrado de la unidad de España.
Isidoro murió cuatro días después de la Pascua, el 4 de abril del año 636. Con emoción no disimulada nos ha descrito sus últimos instantes el clérigo Redento. Al año siguiente, los judíos toledanos abjuraban de su religión, precisamente en la basílica de Santa Leocadia, la sede del Concilio IV de Toledo que él había presidido.
Al comienzo mismo de la edad moderna, el Dante, prototipo del hombre renacentista, canoniza en la Divina comedia la labor isidoriana. En el cuarto cielo, entre las doce lumbreras de doctores, presididos por Santo Tomás, vio el poeta "fiammegiar l'ardente spiro d'Isidoro".
San Isidoro, es un gigantesco educador de su pueblo. Si poder sospecharlo, San Isidoro es el forjador de la unidad cultural europea. Sus restos se veneran en la Basílica que lleva su nombre en León. Su fiesta se celebra el 26 de abril.

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FIESTA DE MISERICORDIA
El papa Juan Pablo II, que será canonizado en este día junto al papa Juan XXIII, dedicó este domingo II de Pascua a la meditación sobre la Divina Misericordia.
Al presentarse en medio de sus discípulos, Jesús resucitado no les reprende por haberlo abandonado y negado. Al contrario, les ofrece el don de su paz y les encarga la tarea de transmitir en su nombre el perdón de los pecados.
La primera lectura nos ofrece un "sumario" de la vida de las primeras comunidades cristianas. En él se recuerdan los valores de la oración, la comunicación de bienes y el amor que une a todos los hermanos.
Por su parte, la primera carta de Pedro, que hoy se lee, subraya los valores cristianos de la fe, la alegría y el amor.
LA VICTORIA Y LAS LLAGAS
El evangelio une dos apariciones de Jesús a sus discípulos. El Maestro los saluda con el deseo de la paz y derrama sobre ellos el Espíritu. Con demasiada frecuencia, se suele calificar al apóstol Tomás como un incrédulo. Olvidamos que él es el único entre los discípulos de Jesús que se había mostrado dispuesto a subir con su Maestro a Jerusalén y a morir con él si era preciso.
Ahora parece molesto por dos razones. En primer lugar, porque Jesús se ha aparecido a los discípulos precisamente cuando él estaba ausente. Y además, ve que los que no querían aceptar la muerte de Jesús acepten su resurrección. Para Tomás no hay resurrección sin muerte. No hay victoria sin llagas. Ni para Cristo ni para su Iglesia.
Jesús se hace presente en medio de nosotros. Nos muestra las llagas que dan testimonio de su entrega por nosotros. Nos desea la paz, como el mejor de los dones pascuales. Nos concede su perdón y derrama sobre nosotros su Espíritu para hacernos receptores y portadores de ese perdón.
LA ÚLTIMA DICHA
Además Jesús nos reserva en este día la última de las bienaventuranzas que aparecen en el evangelio:
? "¡Dichosos los que creen sin haber visto!". Así es. Los que hemos recibido el don de la fe, nos consideramos dichosos y felices por haber llegado a creer en él, a pesar de no haberlo visto en carne mortal.
? "¡Dichosos los que creen sin haber visto!". Esta bienaventuranza nos anima a experimentar "la alegría del Evangelio" y el gozo de anunciarlo y testimoniarlos con nuestra propia vida para que otros puedan llegar a creer.
? "¡Dichosos los que creen sin haber visto!". Deseamos y esperamos que la canonización de Juan XXIII y de Juan Pablo II pueda ayudar a nuestros hermanos a vivir la alegría de la fe y de la misericordia de Dios.
- Señor Jesús, resucitado de entre los muertos, te reconocemos como nuestro Señor y Salvador. En ti vemos reflejada la misericordia de Dios. Bendito seas por siempre Señor.

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