La Belleza

Las imágenes iban pasando lentamente por la pantalla de mi ordenador. Una desenfocada; otra, saturada en exceso, pretendía llamar la atención alterando la realidad. También las había atrevidas que mostraban partes de la anatomía humana sin el ropaje insinuante de las sombras; ese que permite mostrar artísticamente y de manera precisa aquello que intuye la imaginación.

Con cierta frecuencia, un paisaje me trasladaba a la naturaleza, pero a una naturaleza salvaje en exceso; descuidada, como si se tratara de un espacio destinado a contener plantas a modo de invernadero. Los tonos estridentes de los colores y el desconcierto en la composición mostraban una sinfonía altisonante que me desconcertaba.

Pero, en medio de la algarabía de imágenes, encontré algo insólito. Entre tanto descuido, se hizo la luz, retornó el color con los matices en su justa medida, y también los elementos, armónicamente colocados dentro del encuadre. No sé cómo descubrí estas imágenes, pero no tardé en darme cuenta, de que se trataba de algo distinto.

Cuando esto ocurre, el genio del artista se hace visible y descubrimos un lenguaje, sin el cual, no sería posible disfrutar de su obra. En ese momento, despertamos como de un sueño, a través de una intuición que nos permite captar la realidad desde otros ángulos. Así, sin dominar las artes, somos capaces de disfrutar con la belleza. Esta, llega a nosotros a través de la imagen, por medio de una sinfonía o, simplemente, con la lectura de un poema o pasaje escrito con destreza literaria.

Somos sensibles a la belleza cuando descubrimos, en medio de tanta uniformidad, algo que destaca en los contenedores del mundo, donde se acumulan los elementos sin diferenciar el trigo de la paja, lo ordinario de lo valioso o lo sublime de lo simple y ramplón. Cierto que tenemos que hacer un esfuerzo reflexivo, pero merece la pena.

Cuando se adquiere suficiente destreza en la observación, nos cuesta menos filtrar la realidad para desechar lo mediocre. Sólo entonces, retornamos a la naturaleza de forma creíble; el paisaje no se nos ofrece abigarrado, sino armónico y real a través de alguno de sus elementos captado con todo esplendor. La música no provocará sobresaltos en el alma, porque serán armónicos los tonos. O, quizá, ese bello poema, escrito con maestría literaria, nos traslade hasta la niñez, al describir un lugar evocando detalles de una época que pasó.

Existe la belleza porque muchas personas son capaces de descubrirla. Pero el esfuerzo por crear siempre ha de estar en consonancia con ese esfuerzo añadido del observador, para comprender lo que regala el artista. Entonces, la belleza, al menos en un cincuenta por ciento, se manifiesta en la persona que mira y observa. El artista necesita la complicidad del observador para transmitirla.

Por tanto, seamos selectivos en mirar y exigentes en la observación. Si mantenemos alerta nuestros sentidos, disfrutaremos con más intensidad de la vida. Con cierta frecuencia necesitamos airear las arterias del alma, para despojarlas de tanta mediocridad.