En un audaz golpe de mano Televisión Española emitió en la tarde del Viernes Santo el peliculón Ben-Hur, ambientada en Judea en los tiempos de la pasión de Jesucristo y muy propia para provocar sentimientos piadosos propios de la Semana Santa. Pero el caso es que los nacionalistas catalanes suelen programar esa misma película el día de su Diada, con perdón por la redundancia, exacerbando así los sentimientos de libertad de un pueblo, al que consideran su pueblo, cuando ven sufrir a ese apuesto y noble príncipe judío cuyo país han invadido los malvados romanos. Este país era suyo antes que nuestro, comenta un centurión comprensivo en ese peplum memorable. Juda Ben-Hur, da nombre a ese guerrero en quien podría mirarse si no en cuanto a apostura (a pesar de la buena imagen de Artur Mas superar a un maduro Charlton Heston no es fácil) sí al menos en cuanto a destino nuestro Honorable. Es verdad que luego la cosa se enreda un poco y no sé como la mitología nacionalista podría explicar que en un momento el judío se convierta en hijo predilecto de un Cónsul romano. También podían haber proyectado La vida de Brian esa simpar película donde, en tono cáustico y quizá demasiado irreverente para corazones nobles, se narra una vida apócrifa de Jesús. En una hilarante e inolvidable secuencia los judíos conspiradores abominan de la influencia romana intentando encontrar los motivos por los que deben expulsarlos pero solamente encuentran aspectos positivos de la invasión: los acueductos, el derecho, etc.
En fin, son comprensibles y loables los deseos de los políticos nacionalistas por buscar un futuro mejor para los ciudadanos. Otra cosa es la necesidad de reconstruir el pasado, necesidad perentoria para poder soportarse a sí mismos teniendo que aceptar que tienen antepasados comunes (¿nos remontamos hasta el Neolítico?) y corre por sus venas la misma sangre de los extranjeros de quienes se quieren diferenciar. Para esa reconstrucción del pasado todo sirve y el cine es un buen vehículo. Pero en todo caso los nacionalistas ya han ganado la partida en cuanto se deja de hablar de ciudadanos cuyas condiciones de vida hay que gestionar para hablar de pueblos cuyas identidades deben ser reconocidas. Quedamos, pues, a la espera del siguiente movimiento de ficha del Honorable porque puestos a sacar los mitos identitarios a procesionar a ver quien puede con la Cristiandad que ha sido siempre cemento aglutinador de la nación española.
Por su parte la Junta de Castilla y León mantuvo su programación de tarde en la tele autonómica, eso sí, con un prolijo reportaje centrado en los actos de Villalar cuyos acontecimientos históricos, por cierto, me quedaron un tanto confusos en las intervenciones de los tertulianos. Probablemente no se encontró ninguna película que nos hiciera sentir más castellanoleoneses. Es que somos muy duros de pelar.
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