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Pro (fé) sionando
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Pro (fé) sionando

Actualizado 22/04/2014
Luis Márquez

El sonido del tambor pareciera no querer encadenarse a la noche. Diría que se volviera eterna la espera auditiva para retomar el paso.Mientras tanto, el hombro recibía una especie de santa sepultura derivada de la presión del madero. Transcurrían ya dos horas de la salida catedralicia al tiempo que la lluvia dibujó de repente una leve neblina en esa media noche de viernes santo.

Recuerdo que mi visión estaba sesgada por una especie de tela circuncidando los ojos, mientras el resto alrededor, no podrían identificarme por quien fui. Ni siquiera por quien soy, inclusive aquella mujer de pelo colorceniza y gesto cansado a la que tiempo atrás, sencillamente robé y que de manera devota admiraba la comitiva.Por aquel entonces yo era un joven empleado escudriñando sutilmente intereses que me hicieran ascender.Luego el coche de lujo, el chalet, la casa en la playa,?se constituyeron como la resulta rápida.

No dejé pasar la tentación. Quizás esa había sido mi vida hasta el momento. Pero era la mía. Tengo que reconocer que hice lo que quise, sin mirar al resto, sin mirar por los demás. De hecho, seguramente lo volvería a hacer. Sin embargo ahí estaba yo. Procesionando, siendo penitente. Bueno. Arrepentido. Entretanto,pareciera que las cadenas amarradas a los tobillos desnudos, vomitaban todo lo malo que en un momento de mi vida pude hacer.

Al paso por el puente, pies doloridos. Muchos a quienes engañé aplaudiéndome, diría que incluso venerándome.El hombro casi luxado, la respiración obsesionada por adelantar al ritmo del tambor. Por un momento la mente me llevó al día en el que estafe preferentemente a aquella persona.Se veía muy mayor. A su lado un niño pequeño, muerto de frío. Seguramente de hambre.

El lapso de tiempo entre la tercera y cuarta hora fue testigo de mis ojos en el suelo. Seguramente fruto de la incapacidad de mi esquema corpóreo para resistir la exigencia. Uno de los samaritanos, en orden inverso a como lo recuerdo, me levantó y reconoció. Tiempo atrás lo defraudé. En ese momento objetó indulto. Seguí.

La penúltima hora de manifestación, transcurrió bajo el pensamiento ilógico de que todo aquello había y no había pasado. No tendría más pena que cumplir. Estaba seguro que las heridas patrocinadas en mi cuerpo sanarían mi conducta sin necesidad de crucifixión. No volvería a ser mala persona, redimido en ese bálsamo nocturno de gente en silencio, tambores y esencia a incienso.

El regreso al inicio, triunfal, bañado en un cielo que pareciera añil. Yagas, roces, cortes, cansancio, huesos, sangre, heridas,? valió. Me quité por fin la túnica. Aposenté la cruz. Regresé a casa y me acosté pensando en que no volvería a pasar por aquello.

Esa noche extrañamente pareciera que no hubiera traicionado a nadie. El amanecer me resucitaría y aunque en el fondo sabía que podría seguir engañando a la gente, a mí ya no podría hacerlo.

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