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Al final mire usted si quiere volver a ser niño
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Al final mire usted si quiere volver a ser niño

Actualizado 22/04/2014
Fernando Robustillo

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("Saturno devorando a su hijo" es una de las pinturas de Francisco de Goya perteneciente

a la serie de las Pinturas Negras)

Ser niño nunca fue una ganga, y aunque vamos a emplear el genérico de niño, déjennos decir que peor era ser niña. Un ejemplo lo tenemos en la civilización romana, en la que nacer mujer significaba no tener derecho a la educación y ser empleada en labores domésticas desde la más tierna infancia. Pero para no comenzar tan lejos, que nos llevaría a hablar de Salomón, Herodes, o del "cable" que Jesús echó a los niños al pedir que no se los quitaran de en medio, demos un salto hacia la Edad Media y podremos demostrar que ser niño nunca fue ningún chollo.

En aquella época, en la que curiosamente las leyes del cristianismo tenían más valor que todo el elenco que nos dejara el Derecho Romano, se dictaminó que los bebés concebidos en domingo serían repudiados. Ante las desgracias que el incumplimiento de una orden divina pudiera traer a las desdichadas, las madres abandonaban a sus hijos a las puertas de iglesias y monasterios, de donde eran recogidos de manera casual o no tan casualmente por algún que otro individuo. Después, en la misa del domingo el oficiante anunciaba la "buena nueva" y se ofrecía la gracia a sus progenitores de poder reclamar la paternidad.

Si éstos no aparecían, como ocurría por sistema, el niño se entregaba a la persona que lo había encontrado. Y aquello era lo más parecido a una fábrica de esclavos, pues no otro era el destino de la criatura después de su crianza.

Caso aparte, no menos injusto, lo protagonizaban los que nacían deformes, cuyo destino era el abandono en los caminos, y si alguno sobrevivía y su tara era muy llamativa ?dos cabezas, elefantismo o la cara totalmente cubierta de pelo? los recogían para el circo. Este era el futuro de muchos infelices en el momento de nacer, pero no menos peligros les acechaban a lo largo de su desarrollo. Así, en las invasiones de poblados, los niños eran asesinados sin piedad, pues se les consideraba un peligro al prever que pudieran almacenar odio en sus entrañas. Sólo perdonaban la vida a los menores de tres años, que pasaban a ser esclavos de los invasores.

Eso sí, los niños de la aristocracia se convertían en siervos de los cortesanos y en hijos adoptivos de los reyes, y una de las ocupaciones a las que con mayor ahínco aspiraban era la de ser servilletero del rey. Sujetarle la servilleta al rey era una manera de ganarse su afecto, con lo que alguno llegaba a ser nombrado mayordomo de palacio, que significaba poseer mucho poder, ya que todas las confidencias e intrigas pasaban por sus oídos.

Pero vayamos a la actualidad, al niño de hoy, pese a que no queramos mentar a los "meninos da rua", a los niños mineros del Perú, a la hambruna en África, a la pobreza en la India, a los métodos de control demográfico de China, a las ablaciones, pederastia o a los caídos en las distintas guerras desde que comenzara el siglo ?no puedo evitar el recuerdo del gas sarín en Siria? y veamos con todo ello si es una ventura o desventura lo que está ocurriendo aquí en Europa, o en España mismamente.

El informe de "Save the Children" sobre la pobreza infantil en Europa, del que por cierto se habló muy poco la semana pasada, a pesar de ser Semana Santa, señala unas cifras descorazonadoras para unos estados que están en la Champions de la riqueza.

A nuestro país le cabe el "honor" de estar a la cabeza de la orfandad política, ya que uno de cada tres niños, casi tres millones, o son pobres o por falta de ayudas van cayendo en la exclusión de manera irremediable. Esto lo había anunciado Cáritas con anterioridad, pero ya sabemos el "rebote" que cogió nuestro ministro de oro, platinos y diamantes.

No señor, ser niño hoy puerta con puerta de tu casa o en la de enfrente no es ningún chollo. Quizá vivan a la espera del desahucio, ni siquiera hayan comido y cubran sus desgracias con silencio. Y, para más inri, también cargan con nuestros problemas y las incertidumbres del futuro. A los niños, hoy, los utilizamos de correo entre padres separados, les quitamos la calle y encima les reprochamos que nosotros a su edad nos íbamos al campo y no nos pasábamos la tarde buscando bobadas en el ordenador?

En fin, los niños, hoy, sufren crisis de ansiedad por una desafortunada sentencia en la que, como un paquete, les mandan cumplir pena en casa de los parientes de uno de sus progenitores, la media naranja culpable de haber matado a su otro progenitor. Esto ha ocurrido hace una semana. Y al grito de ¡sí se puede!, de ese escarnio le ha salvado todo un pueblo. Otros no correrán la misma suerte. Pero vamos a ver, con perdón, ¿es que nos hemos creído que un niño con diez años es "gilipoyas"?

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