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Abierto, un cerebro que habla
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Abierto, un cerebro que habla

Actualizado 19/04/2014
Tomás González Blázquez

Pronto celebraremos el cuarto centenario de las muertes de Miguel de Cervantes y William Shakespeare, el 23 de abril de 1616. En realidad, don Miguel falleció el día antes y le enterraron el 23 (buscan ahora su tumba en las madrileñas Trinitarias Descalzas). El autor británico falleció en nuestro 3 de mayo del calendario gregoriano, el 23 de abril en el juliano que aún regía en Inglaterra. El caso es que desde hace unos años, no muchos, el 23 de abril es el Día del Libro.

Cuando se pase la etapa de las comunidades autónomas, que no hay mal que cien años dure, deberíamos intentar que el 23 de abril siga apareciendo en rojo en el calendario. El libro bien lo merece. Un día de reposo dedicado a la lectura. Un día de verdad lectivo en el que extraer las lecciones contenidas en las bibliotecas. Un día en el que celebrar la identidad humana de la escritura, del progreso de la razón, del amor a las letras, de la inquietud por saber y el deseo de entretenerse aprendiendo.

Comemos, bebemos, dormimos, respiramos... Abrir un libro tendría que ser otra tarea diaria. Aire puro que buscar cada día para sanear la mente, para cuidar el espíritu crítico, para divertirse, para formarse, para compartir ideas diferentes a las fugaces que brotan a golpe de click, quizá menos tamizadas por el filtro del sosiego, o a las espectaculares que se apoyan en la imagen arrinconando a la palabra.

Si algo tienen de bueno las mudanzas, muy reciente para mí la última, es precisamente el contacto con los libros que pueblan las casas. No están todos los que son, pues algunos sufren el exilio a causa de mudanzas anteriores, pero sí son todos los que están y suplican en el momento del cuidadoso embalaje no tener que emigrar a destinos menos transitados por el propietario e hipotético lector. Sufrir la oscuridad de una caja de cartón o la soledad de la esquina menos vistosa de la estantería debe aterrarles: "cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona", reza el proverbio. Hacerles perecer en el contenedor azul, junto a los tiques de la compra o los folletos publicitarios, resulta cruel: "destruido, un corazón que llora". Por eso, el mejor supuesto es el primero: "abierto, un cerebro que habla".

¿Y qué libro abrir este 23 de abril? Me atrevo a recomendar un título que aún no he abierto, pero así nada digo sobre él y nada revelo. El esfuerzo depositado en la empresa y el aprecio hacia varios de sus autores me permiten aconsejar "Semana Santa en Salamanca. Arte y cultura", segundo volumen de la trilogía dedicada a la Semana Santa salmantina que ha coordinado Francisco Javier Blázquez y edita el Ayuntamiento. No es un tratado de cofradología ni un manual de supervivencia procesional. A buen seguro, interesará a todos aquellos amantes de la historia, el arte y las tradiciones salmantinas. Ya me dirán... y ya les diré.

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