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Parte de urgencias
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Parte de urgencias

Actualizado 18/04/2014
Raúl Vacas

Hace años que no pido un volante para el hospital ni visito al médico de cabecera para que me recete un libro, también de cabecera.

En ocasiones ir al médico es como salir a buscar setas cuando llueve. Paseas de un lado a otro con los nervios de la mano o el bote con orín en el bolsillo hasta dar con la puerta equivocada.

Luego repites de memoria las palabras que ensayaste en el espejo. Señalas donde tienes las dolencias. Cuentas con hipo lo que hiciste el día anterior en casa de unos primos. Te desnudas mirándote un zapato. Dices con fuerza treinta y tres. Respiras treinta y cuatro y treinta y cinco y aguardas el dictamen. Luego, de camino a casa, ves un neologismo en la receta y vas a la farmacia. ?Quería un frenadol con setas, por favor, con poca guarnición, si le es posible?. Y te lo tomas tantas veces como pone en el papel.

Antes me gustaba ir al Centro de Salud, que es como un ovni de juguete de esa nave nodriza que es el Hospital.

Allí es donde su cuece todo; los celadores ordenan el tráfico de enfermos, agarrados al volante, por las salas de consulta. Y en ese viacrucis de tocar de puerta en puerta y recoger en los pasillos amapolas dejas volar el miedo en un avión y juegas a buscar la luna en las radiografías.

Hay hospitales infantiles que saben a bacteriostático y a chicle de sandía. Geriátricos que huelen a ciprés y a crisantemos rotos. Plantas de medicina nuclear ?siempre en los semisótanos? con rótulos extraños: Alto campo magnético activado, Peligro, Zona vigilada, Riesgo de irradiación externa, No pasar, Prohibido el paso a toda persona ajena a este servicio.

Quizá también en el infierno, o en el cielo, haya salitas para los desesperados. Y listas interminables de pacientes e impacientes. Y horarios de visitas. Y ascensores.

Yo nunca estuve en el Pentágono pero ha de ser muy parecido a un hospital. Con niñas de la mano de sus madres en la planta de mamografías. Con extintores llenos de agua mineral, nieve carbónica y aromas de otros mundos anteriores. Con enfermos que arrastran sus estalactitas por el carril de los tranvías. Y monjas disfrazadas de enfermeras con enormes jeringas llenas de preguntas.

Y sé que en las cocinas de los hospitales hay puertas que se abren a jardines botánicos y que "bajo la niebla del quirófano ?lo dijo Pere Gimferrer? extrañas aves de colores anidan".

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