MACOTERA | Una de las características más señeras del acompañamiento a Cristo Yacente, es el profundo silencio
EUTIMIO CUESTA
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Lo he dicho en otro sitio, en la procesión del Entierro de mi pueblo, no hay gubias, no procesionan imágenes de talla, pero, dentro de esa escayola frágil y policromada, va impreso el mismo dramatismo y realidad, como el lenguaje plástico más idóneo; quizás exagere, pero está ahí, en esas actitudes calmadas, en esas heridas sangrantes, en la carga expresiva de sus rostros, en esos ojos acristalados, en la tensión de los músculos, en esas carnes aceradas, que refuerzan ese acercamiento a lo real. Y tanto sentimiento va envuelto en los ropajes con pliegues muy marcados, que favorecen los contrastes entre luces y sombras, que acentúan el parpadeo de las farolas
Como es costumbres, los nazarenos vestidos con su túnica morada o negra, con el rostro cubierto, con la corona de espina sobre sus sienes, con los pies descalzos y en anonimato, cargan con la cruz, con una gran cruz tan pesada, que es necesario portarla entre tres penitentes. Junto con la Cruz y los ciriales, los nazarenos abren el itinerario acostumbrado por las calles del pueblo, con una parada en la ermita del Cristo de las Batallas, donde se concluyen los últimos salmos del "miserere", un canto gregoriano, que solemniza el silencio de la noche. Y detrás van los distintos pasos: La Oración del Huerto, Jesús Flagelado, Jesús Nazareno (una sencilla escultura, obra de un coadjutor macoterano, don Remigio Sánchez, de mediados del siglo XIX); La Virgen de la Encina, Patrona del pueblo, enlutada; la Piedad, (donada por los hermanos Domínguez) y el Sepulcro con el Cristo Yacente.
Merece la pena acompañar a Cristo en su último viaje. Te sientes confortado y reconciliado contigo mismo ante tanto clamor mundano y quimera.
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