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¿Ché, viste?
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¿Ché, viste?

Actualizado 15/04/2014
Fernando Segovia

El español hablado de los argentinos es pura melodía. Casi se puede bailar a su son. Hagan la prueba si no. Como un aire de milonga en cuya letra se puede decir de todo y siempre suena estupendamente. Es una especie de contrapunto con la dureza del español castellano, manchego y extremeño. Y encima hay ciertos giros y palabras que parecen sacados directamente del lunfardo y que le da ciertos aires de exotismo e incrementa el interés. Al menos personalmente me lo acaba pareciendo.

Creo que todos conocemos a muchos argentinos que nos cautivan con su habla. Y encima que no necesitamos intérprete para entenderles. De lejos que nos encandilan con su tono (que nunca es elevado, para colmo) y las razones tan bien expuestas que terminan por convencernos casi siempre. El mismo Francisco de Roma y de Buenos Aires, por ejemplo, el ínclito Valdano, eminente conocedor del lenguaje culto del football, la monjita sor Lucía de Caram y sus revolucionarios mensajes a contrapelo de casi todo, el Cholo ese que entrena en la ribera del Manzanares, Martino, el nuevo catalán, nuestro admirado y querido Jorge, "el gordo" y unos cuantos más del ámbito privado del propio conocimiento. Tampoco podría disimular que Borges me cautivaba ya desde mi juventud como lector de sus escritos y me declaro fiel seguidor de su relato, tan bien pausado, de ciego parlanchín en blanco y negro. Creo que con él, con el ilustre y admirado Borges, comencé a venerar de algún modo ese habla tan peculiar.

Desconozco donde les pueden enseñar a utilizar tan pulcramente el español y esos bellos giros y tonos que utilizan. Y el ritmo. Pienso que el ritmo es parte fundamental de ese encanto. Hay una pausa, un reconocer dónde y cómo se debe enfatizar la frase, susurrar, qué circunloquio vale en cada momento, ese tonillo que es casi canción. Y, claro, por ahí llega el convencimiento. Ese encantamiento que nos deja algo obnubilados con todo lo que digan al escucharlos. Nos encantan como hacen los hindúes a las serpientes. Hasta el tal Messi, tan poco dotado para la palabra, el hombre, (y tanto sin embargo para dar pelotazos), parece encandilar con ese tonillo. Y hasta cuando discuten parece que el reproche es de otro modo.

Este elogio que hago de su habla no es baladí. Pienso que me tienen ganado para su causa casi siempre, sea esta la que sea (futbolística, religiosa, política, científica o de puro márketing comercial). Pero no puedo menos de preguntarme si es por causa de sus ideas o sólo es por el envoltorio en que tan bien nos las envuelven.

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