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EL PINTOR DE MONSTRUOS
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LA MOSCA COJONERA

EL PINTOR DE MONSTRUOS

Actualizado 14/04/2014
Luis Gutiérrez Barrio

Se despertó terriblemente cansado, agotado, sin apenas fuerzas para abandonar la cama. Sin desayunar, con el rostro demacrado, salió a la calle. Como todas las mañanas, desde hacía varios meses, con paso cansino, la cabeza metida entre los hombros y el so

Se despertó terriblemente cansado, agotado, sin apenas fuerzas para abandonar la cama. Sin desayunar, con el rostro demacrado, salió a la calle. Como todas las mañanas, desde hacía varios meses, con paso cansino, la cabeza metida entre los hombros y el sobrero calado hasta las orejas, se encaminó, como un autómata, al estudio. Era una vieja casa del barrio viejo, unas anchas y destartaladas escaleras de madera, que chirriaban a cada paso, le llevaron hasta una buhardilla abarrotada de caballetes, cuadros, paletas, tubos de pintura? que hacían casi imposible cualquier movimiento por la diminuta habitación.

Por todas partes había cuadros en los que se reflejaban seres informes, monstruos en posturas horrorosas, con ojos brillantes de ira y gestos aterradores. Algo había en su alma que le incitaba a pintar esos cuadros, que luego, por la noche, eran el objeto de sus pesadillas. De sus terribles pesadillas, en las que se veía obligado a luchar contra todos y cada uno de ellos para defender su vida. Hasta ahora, de una forma incomprensible, había salido vencedor. En los peores momentos cuando su vida peligraba y no tenía defensa posible, por algún motivo, para él desconocido, se despertaba sobresaltado, con el cuerpo lleno de sudor.

Aquella mañana había llegado al estudio con la firme resolución de poner fin a todos esos males, no podía continuar así ni una noche más. Intentó destruir todos los cuadros, pero no podía, algo en su interior, una fuerza que controlaba su voluntad, le decía que no, que no lo hiciera.

Desesperado se sentó en un taburete mientras meditaba en alguna otra solución. Fue esa fuerza misteriosa quien se la dictó.

Se puso en pie, cogió un gran bastidor con un lienzo en blanco, el más grande de cuantos había y como guiado por una misteriosa fuerza se puso a dibujar un boceto, que sin apenas haberlo terminado empezó a darle color.

Por el tragaluz, bajo el cual siempre colocaba el caballete para aprovechar al máximo la claridad del día, apenas entraba luz, fue entonces cuando se dio cuenta de las horas que había pasado pintando sin parar siquiera para comer. El cuadro estaba prácticamente acabado, y a pesar del cansancio, se sentía orgulloso de él. Nunca pensó que pudiera pintar algo tan bello.

Era un ángel con una cara casi infantil de bellísimos rasgos, se mostraba en pie, seguro de sí mismo, como si fuera el protector del mundo, en su mano derecha portaba una enorme espada, que daba tanta seguridad a los suyos como temor a sus enemigos, sus alas eran enormes, de un plumaje cegadoramente blanco.

El pintor se marchó a su casa con paso firme y seguro. Cenó muy ligeramente, y se metió en la cama, era la primera vez, después de tantos años de sufrimiento, que lo hacía de buen grado, se relajó con el firme convencimiento de que aquella noche había alguien que velaría su sueño.

Unos golpes nerviosos y repetidos sonaron en la puerta. - Abra señor, es tarde y tengo que hacer la habitación- Nadie respondía, lo que alarmó a aquella mujer. Nunca le había pasado. Con la llave maestra abrió la puerta. Lo que vio la dejó aterrorizada. Las sábanas estaban empapadas de sangre. El cuerpo sin vida del pintor, completamente desnudo, yacía sobre la cama con una enorme herida en el pecho.

La policía, después de examinar detenidamente la habitación así como el cuerpo y de interrogar a los vecinos, que manifestaron no haber oído ruido o voz alguna en toda la noche, no entendía que era lo que podía haber pasado. La puerta estaba cerrada con llave, no había sido forzada, tampoco se veían signos de robo, ni de lucha, el arma homicida no aparecía por ninguna parte? y lo más extraño de todo, era aquella pluma blanca en medio del charco de sangre.

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