Todos los hombres y todas las mujeres son filósofos, sentencia Karl Popper (1902-1994), porque todos se hacen preguntas. Los niños y las niñas todavía más, añadiría yo, más filósofos, por originales, preguntones, curiosos, exploradores, deseosos de saber. La curiosidad infantil es la base de toda indagación posterior, de la capacidad crítica y del arte de inventar y crear. Sin embargo con demasiada frecuencia este deseo de aprender se acalla y se cercena, cuando a los niños no se les responde a sus preguntas, o cuando se les ofrece un producto terminado: ley, fórmula, construcción sintáctica, conjugación, etc., por que sí, o porque lo pone el libro, en lugar de invitarles y acompañarles al mismo tiempo a hacer el camino, es decir, el proceso de descubrimiento que se llevó a cabo para llegar a tal o cual verdad. A los niños les gusta preguntar y jugar a las preguntas, imaginar respuestas o inventar otras preguntas, postular hipótesis: ¿y si?? ¿que sucederá cuando??
Los trabalenguas, acertijos, adivinanzas, juegos lógicos, enredos con supuestos a veces absurdos, se basan en este arte y han sido durante mucho tiempo una manera de llenar tardes de lluvia, acompañar largos viajes o estimular mentes inquietas.
De muchos lectores será conocido Rudyard Kipling por el Libro de la selva, este escritor británico nacido en la India tiene un precioso conjunto de relatos titulado Precisamente así (1902) que parece fue pensado en principio para sus propios hijos y tiene la particularidad de ir tejiéndose justamente en torno a ese preguntar infantil que constituye un estimulante impulso de aprendizaje siempre que se encuentre el interlocutor adecuado, es decir, alguien que no solo atienda a la pregunta sino entienda el afán de preguntar, alguien que no apresure la respuesta, aunque la tenga, o acepte su ignorancia si no la sabe . El deseo de bucear en los orígenes, la necesidad de reinventar el mundo, sus paradigmas y sus fundamentos poéticos y metafísicos, guían estos divertidos relatos.
Algunos títulos, Cómo se arrugó la piel del rinoceronte, o Cómo le salió al dromedario la joroba, nos dan una idea del reto de Kipling: mirar las cosas desde una óptica original, creativa y genesiaca, es decir, no como realidades acabadas sino con el espíritu alerta ante lo sorprendente y cambiante. Muchas historias se refieren a distintos animales (exóticos para nosotros), pero alguna de las más "pedagógicas" si se me permite la expresión, tiene que ver con el lenguaje y las palabras, es decir, con nuestro propio proceso de conocimiento e interpretación del mundo, con el origen de la cultura; en este sentido recomiendo especialmente Cómo se hizo el alfabeto, y Cómo se escribió la primera carta?, cierto, hoy se escriben emails y whatsapp, pero ¿qué tal si volvemos a los inicios, a reescribir la manera de comunicar nuestras experiencias y la lógica que subyace a su ordenamiento, que en buena parte es una lógica delirante?
¿De que realidad etiquetada, envasada, formulada en enunciados intangibles e insensibles estamos hablando en la escuela? Hagamos estallar las palabras, desarmemos la sintaxis, rectifiquemos las conjugaciones. Hemos oído hasta la saciedad que la enseñanza no debe ser repetitiva, pero quizá tampoco ha de ser del todo realista, ya en Amor y pedagogía expresa don Miguel su desprecio por lo que él llama "hechología" , detesta a los "hechólogos" por su visión ramplona y patosa que pretende erigirse en objetividad y sentido común. Seamos surrealistas, impresionistas, o expresionistas, dependiendo de la edad de los niños, la materia a impartir, el problema por resolver, pero sobre todo intentemos ser interlocutores válidos, es decir abiertos y arrojados a la pregunta, sin miedo al error, sin prisa por la respuesta. Pues sin el aliento impetuoso de esa curiosidad inicial las ciencias nunca hubieran progresado, más allá de lo útil e inmediatamente eficaz. El arte de preguntar es el arte de interpretar el mundo, compleja sinfonía de colores, sonidos, texturas, amores, heridas?, que no siempre suena igual.
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