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Eterno Viacrucis de la Memoria Histórica
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Eterno Viacrucis de la Memoria Histórica

Actualizado 12/04/2014
Fernando Robustillo

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Con todo respeto a los católicos y hacia mí mismo he creído oportuno, en este Martes Santo, traer ese deseo de paz que 75 años después de la "oprobiosa" aún continúa sin echar las palomas a volar. Y estoy seguro que serán muchos los que lean este artículo y digan que no es bueno mezclar la religión con la política.

Están en su derecho y para ellos mi más profundo tributo, que de eso precisamente es de lo que quería hablar, pues las guerras en las que se mezclaron política y religión fueron las más ignominiosas. Y esto no es un ataque de demagogia, sino que a lo largo de la vida para tener un conocimiento objetivo de nuestra guerra hemos tenido que escuchar tiros dialécticos por parte de los dos bandos.

Pero antes de nada, recapitulemos. Avanzada la mitad del siglo XX, en el país de Franco había que ser muy malo para no llorar en las procesiones, y hacer turismo en ellas era una provocación, ya que si Dios había muerto, España estaba de luto, y los aguaciles no ahorrarían medios para poner orden si tu cara no era circunspecta.

No obstante, a mí, de pequeño, me gustaban los redobles de tambor y el toque de trompeta y aunque nunca llegué a ejercer de músico, para mis adentros, como una oración, repetía aquel "toonn trororón?" que al acabar el recorrido me lo llevaba en el pensamiento y posteriormente ensayaba en los corrales de mi pueblo.

Después, a los doce años, instalado en Madrid, me eduqué con frailes. Allí comencé a rezar en serio, pero bien puedo decir que con el "Jesusito de mi vida" de mi madre, las misas en latín y las historias del Antiguo Testamento que me enseñaron las maestras, y que tanto me gustaban, en religión era un chaval de sobresaliente, pero no un ñoño.

Enseguida comprobaría que los hábitos de aquel colegio excedían a lo vivido hasta entonces. Veinte años después de la guerra debía rezar todos los días "por los caídos por Dios y por España y por nuestro Excelso Caudillo que Dios guarde". No obstante, reconozco que aquella congregación fue muy castigada, con muchos mártires, de quienes nos contaban que antes de ser ejecutados pedían perdón para el impío.

Pero ese perdón no se fomentaba igual a través de los libros de texto del Ministerio de turno, donde se hablaba de "masones y hordas rojas asesinas". Pero así, de palabra, lo más que escuché a uno de los hermanos frailes fue que a nadie, ¡ni siquiera a los rojos!, se les debía negar los Santos Sacramentos.

Eran los primeros años sesenta, ha pasado mucho tiempo desde entonces y como me he interesado por la verdad, siempre he procurado conocer las versiones dadas por ambos bandos, y las primeras semanas de la guerra, con la gente actuando sin control, y en el final de la misma, con la venganza intimidatoria en frío y más de 50.000 ejecuciones, fueron los momentos más despiadados.

El sábado día 5 del presente mes asistí a una excelente conferencia que dentro de los actos de la conmemoración del X Aniversario de la Asociación Salamanca Memoria y Justicia impartió el historiador Ángel de Miguel Hernández, en la que recordó, entre una gran cantidad de datos referente a Ciudad Rodrigo, lo de negar los Sacramentos, pero de manera más gravosa, pues yo pensaba que sería una hipérbole de aquel fraile, nunca un castigo mayor, o sea, castigar más allá de la muerte. Gracias, historiador, ahora me entero que eran órdenes políticas: "A éste que no le den los Sacramentos".

En toda aquella irreparable locura hay que volver a decir que los perdedores defendían la legalidad vigente. Y hoy, si aquello no fuere suficiente, deberían estar enterrados con dignidad por tres valores: por morir por España, por tratarse de seres humanos y por ser un insulto a la cultura, que es la que nos diferencia de los animales. Ángel de Miguel nos descubre mediante fotografías y con la palabra muchas historias, pero una poco conocida de un familiar de Carmen Martín Gaite, alumno preferido de Miguel de Unamuno, que fue ejecutado.

Pero al ser tantas, hay muchas que se parecen, y cuando nos habló De Miguel del caso de una persona que la fusilaron dos veces ?mal la primera, le curaron las heridas y al poco le volvieron a fusilar? recordé para mis adentros el caso de una monja que la pudieron sacar de entre los muertos y curarle. Y hace unos años salió en la prensa que cuando llegó a su conocimiento que todas sus compañeras habían sido beatificadas, ella contestó: "Si lo llego a saber, hubiera alzado la mano".

En la guerra, muchos republicanos eran creyentes, pero aleatoriamente les tocó en zona roja y lo tenían que callar, y al contrario, otros tuvieron que hacer un curso acelerado para persignarse y rezar el Padrenuestro, que junto al "cara al sol" era la prueba más segura de salvar la vida.

Ahora se puede comprobar que la reconciliación ha sido muy superficial, que presuntamente la justicia se ha inhibido y los honores dados a derecha e izquierda han ido, respectivamente, del cielo a los abismos.

Hoy, más fuerte que nunca hay que gritar que "¡son cunetas, no son cementerios!". ¿O hay que esperar a que vuelva la República para que los saquen de ahí?

"Me duele España", dijo Unamuno. Y después de tantos años, don Miguel no está solo, son muchos a los que también les duele este bello país.

(Ilustración: Demetrio Urruchúa (1902-1978) fue un pintor argentino con gran compromiso con lo social, con la justicia y en contra de la opresión y el horror de las guerras).

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