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Duelos finitos hacia el infinito, por Rubén Juy
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OPINIÓN

Duelos finitos hacia el infinito, por Rubén Juy

Actualizado 06/04/2014
Redacción Ciudad Rodrigo

Llega un momento en nuestras vidas donde nos preguntamos ¿Para qué todo esto? Para que continuar esta carrera donde ya sabemos que, además de no salir victoriosos, vamos a resultar desfavorecidos.

Hay días donde todo es negro, y nuestros ojos lo son aún más. No vemos más allá de lo negativo, de aquello que nos apaga y nos hiere de nuevo.

Nos sentimos torpes, sucios, desencantados con algo que ni nosotros mismos sabemos que es? Simplemente nos preguntamos: ¿qué sentido tiene buscarle el propio sentido a la vida?

Aquello que nosotros llamamos "duelo", no es otra cosa que nuestro yo interno, preguntándose: ¿Por qué esto? ¿Por qué lo otro? ¿Era necesario?

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Y, a pesar de todas las reflexiones que hagamos, a pesar de todas las vueltas que le demos, siempre obtenemos una sola respuesta a nuestras preguntas y no es otra que la del silencio, haciendo acto de presencia e invadiendo nuestras mentes.

En esos momentos, las lágrimas son la viva manifestación de la soledad que acaba de instaurarse en nuestros corazones y nuestra mirada el más claro ejemplo de esperanza, buscando un futuro, un madero al que agarrarnos en este enorme océano vital.

Por todo esto, creo, sinceramente, que la palabra "duelo" está mal empleada. ¿Duelo de qué? Un duelo es una batalla donde ambos participantes pueden salir victoriosos, pero nosotros, en estas ocasiones ¿Cómo nos alzamos con la victoria? ¿No sería más correcto llamarlo "derrota reconstructiva"?

Muchas veces, conviene perder estos encontronazos para darnos cuenta cual es de verdad la batalla. En abundantes ocasiones creo que sería mejor dejarnos vencer, y aprovechar para resurgir con más fuerza y no seguir luchando contra algo que inconscientemente sabemos que nos va a derrotar, pero que nuestra mente se niega a aceptarlo.

Debemos hincar la rodilla en el suelo, suspirar mostrando respeto a aquello que nos corrompe día tras día y levantarnos haciendo uso de nuestra mejor fuerza, para demostrar a nuestro rival que nos puede ganar batallas, pero que estamos dispuestos a darle guerra mientras nuestras cabezas estén conectadas a nuestros corazones.

Lo dicho, no caigan, déjense caer, pero con la condición de que se levantarán con mucha más fuerza de la que lo hicieron.

Sean muy felices.

Rubén Juy Martín [@ruben_juy_9]

Estudiante

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