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Solanáceas urbanas
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Solanáceas urbanas

Actualizado 31/03/2014
Javier González Alonso

Estoy preparando mi huerto urbano. Es pequeño, por definición, pero lo suficientemente grande como para abastecernos de tomates, berenjenas, pepinos, pimientos y calabacines durante el verano. Nos da incluso para regalarles algunas piezas a los vecinos y familiares. Además, este año estoy preparando, artesanalmente, un invernadero, con unos cables de acero, de los de tender la ropa, y unos metros de plástico transparente. Evidentemente, no pretendo vender mis excedentes, de haberlos, sino comer con el sabor que siempre tuvieron las hortalizas cultivadas sin productos químicos de ninguna clase.

Que tengas un pequeño jardín facilita la cosa, pero también es posible, en caso contrario, hacerlo en el patio, la terraza o balcón, o dentro de casa, cerca de la ventana. En estos últimos casos, podemos reutilizar algunos recipientes, como botellas grandes, latas, sacos, canalones; cualquier cosa sirve, una estantería tumbada, si retiene la tierra donde plantaremos nuestras hortalizas y aromáticas. Todo depende del espacio disponible, pero con elementos que tengan entre 7 y 15 centímetros de profundidad podremos plantar de todo, ya que las raíces no necesitan mucho volumen si tienen suficiente agua, aire y nutrientes.

Una única condición es obligatoria: necesitamos luz. Lo más aconsejable es que nuestro huerto esté orientado hacia el sur, para aprovechar el máximo número de horas de sol. Igualmente, deberemos evitar exponer nuestras plantas a las corrientes de aire. En cuanto a la tierra a elegir, lo mejor es el compost, de origen totalmente orgánico, ya que si nuestro huerto va a tener poca profundidad, el compost destaca por su capacidad para almacenar tanto el agua como los nutrientes necesarios. Además, y es algo a tener en cuenta en los pisos, pesa tres veces menos que la tierra "normal". En casa, hacemos nuestro propio compost, en el patio, mezclando los residuos orgánicos diarios (cáscaras de huevo, restos de frutas y hortalizas, yogures caducados, posos de café o té, etc.), con paja, césped, hojas y ramas de otras plantas, etc.

Otras posibilidades son, o bien pedirle a un familiar, o amigo, del pueblo que te regale un par de sacos de la tierra de su huerto, o bien comprarla en la tienda del barrio. Lo de comprarlo en la tienda del barrio es por favorecer a los que viven a nuestro alrededor, a la vez que no hace falta utilizar transporte para moverse: a ver si por un lado queremos hacer un huerto ecológico, sin productos químicos, y, por otro, vamos a contaminar el aire que necesitarán nuestras plantas. Esto hay que extrapolarlo a todo lo que hagamos: no tiremos lo que nos sobre y, en caso de hacerlo, reciclémoslo adecuadamente.

Veamos ahora qué es lo que podemos plantar. En principio, y antes de lanzarnos como locos a comprar semillas, intentemos conseguir, gracias al familiar, o amigo, del pueblo, las semillas que él utiliza, las mismas que utilizaba su padre o abuelo. Si no conocemos a nadie, hay páginas web donde conseguir, gratuitamente, esas semillas autóctonas, sin ningún tipo de tratamiento genético, lo que nos permitirá recoger sus propias semillas para años posteriores. Entre las especies que se pueden cultivar destacan las hortalizas: tomates, acelgas, lechugas, calabacines?, que podremos acompañar con fresas, fresones, frambuesas, grosellas?, y plantas aromáticas para nuestras infusiones y complementen nuestros guisos: albahaca, toronja, tomillo, perejil?

A los ayuntamientos también habría que sugerirles que hicieran lo mismo con los árboles. En vez de ciertas especies, principalmente de sombra: plátano de Indias, mimosas, acacias, "and so on", no estaría de más que empezarán a plantearse la colocación de frutales autóctonos. Los propios vecinos se encargarían de su mantenimiento, beneficiándose de sus frutos. La competencia a los fruteros sería mínima, pero serviría para crear algo que en las ciudades se echa muchas veces de menos: conciencia vecinal.

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