La pobreza es una de esas palabras que a don Alfonso López Quintás le gusta llamar "palabras talismán". En boca de Neruda, esas joyas que caían de la armadura de los conquistadores. Y en la lengua de Gonzalo de Berceo (o sea en román paladino), esos términos encandilantes, que iluminan y enceguecen al mismo tiempo: cambio, progreso, libertad, pobreza.
Obama va a ver al Papa y, según sus propias palabras, además de a escuchar a Francisco, va a hablar de los pobres y de la pobreza.
Afortunadamente, contra esa especie de embobamiento ambiental hay antídoto. Consiste en no dejarnos amedrentar por el prestigio de los términos y someterlos a revisión. Analizándolos en profundidad, como hace, por ejemplo, el Papa en el Mensaje para esta Cuaresma: "Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cfr. 2 Cor 8, 9)" . Toma paradoja.
Dice Francisco que estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas; que la miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza.; y que podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual.
Para erradicar la primera es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir.
Para ir a la raíz de la segunda, hay que liberarse del vicio y del pecado (Francisco dixit).
Y para erradicar la tercera, Evangelio, Evangelio y Evangelio.
Pues hala, manos a la obra: a despojarse de crecepelos y talilsmanes, y a remojase lo que haga falta para coger peces. Que hay mucha gente que sólo se alimenta de espinas.
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