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Forajidos
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Forajidos

Actualizado 27/03/2014
Luis Miguel Santos Unamuno

Se habla mucho de las consecuencias de las Marchas por la dignidad estos días. De las víctimas colaterales que se cobraron, del descrédito al que unos cuantos, los vándalos, las han abocado. El inglés con su facilidad para acuñar palabras compuestas nos habla de los outlaw, los fuera de la ley que forjaron sus leyendas en el western. Lamentablemente encuentro cierto mimetismo en los centros educativos donde un puñado de alumnos se mueven también fuera de la ley. Atravesando los pasillos del insti tus ojos se detienen en pequeños grupitos de adolescentes que pasan su tiempo de recreo contándose sus alegrías, compartiendo sus miedos, reconfortándose en los momentos malos. Están dentro de la ley. Serán buenos padres y madres. Son la mayoría, casi el 90%. Pero la influencia del 10% restante -debido al escenario ventajoso en que se mueven- en la vida, las posibilidades académicas, la salud, el día a día de los que les rodean es absolutamente desproporcionada. A algunos los amedrentan, a otros simplemente los contagian. No se trata de graves alteraciones ni de bandas de Latin Kings como las que se encuentran en los barrios periféricos de las grandes ciudades sino de unos simples forajidos que están literalmente fuera de la ley aprovechando la dificultad para la aplicación de ésta por quienes no tenemos herramientas. Porque les aseguro que es endemoniadamente difícil poner fin a ese catálogo de excusas garantistas a las que años de perfeccionamiento, con la aquiescencia de gran cantidad de padres, han sacado punta: yo no fui, se me olvidó, me puse enfermo, empezó él,? Tan sólo con un tratamiento paramilitar como el del colegio que describe Vargas Llosa en su prodigiosa La ciudad y los perros, y ya saben como acababa.

De eso mismo se quejan estos días las policías antidisturbios, aquellos a quienes les hemos encomendado salvaguardar la ley, el orden en la calle, las fronteras: de que no tienen herramientas o de que no pueden utilizarlas. No hay manera de conseguir desde fuera que alumnos o manifestantes se comporten dentro de la ley. Debe salirles de dentro. Ya lo verán con la nueva Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana, enredada en si se va a poder sancionar perder reiteradamente el DNI. Son leyes que sólo cumplen los que no ponen excusas, los que cuando les dicen ven lo dejan todo y vienen.

La adolescencia parece un campo abonado para perseguir utopías anarquistas pero no es contra nosotros contra quienes deberían rebelarse. Estamos allí para evitar que el mundo los devore. Por eso las conductas que ciertos alumnos nos arrojan a la cara como signos de libertad contra el poder establecido y opresor suelo valorarlas en función de las repercusiones en sus compañeros. Y ahí es donde los forajidos no dan la talla. Amparados por un presunto halo contestatario contra los adultos lo cierto es que también machacan a sus compañeros de clase, los acosan, les rompen sus pertenencias, les impiden aprender, los amedrentan. Alumnos con aspecto de pardillos, con menores habilidades sociales, con grupos de amigos reducidos o inexistentes o sencillamente más pequeños, son las víctimas propiciatorias. No le han hecho nada, léase nada, al acosador. Y ahora si quieren se enfadan conmigo pero voy a defender la ley del Talión, sí, la del ojo por ojo. O una forma a la inversa, por decirlo así, de esa ley. Si los matones se acogieran al ojo por ojo, diente por diente, yo estaría contento. Porque bastaría preguntarles qué les ha hecho la inocente víctima para que se quedaran sin excusa para sus desmanes. Si se aplicara la ley del Talión y nadie saca el primer ojo, todo sería paz. El problema es que algunos obtienen un beneficio secundario de sus conductas indisciplinadas, generalmente no tener que estudiar, o las más de las veces simple atención, esa que tan de moda está en los trending topic de las redes sociales.

Esta misma mañana a pocos metros de la puerta del instituto una señal de tráfico arrancada de cuajo (precisamente la del paso de cebra para proteger la zona escolar) yacía en el suelo. Lo que más llama la atención es la inanidad de ese destrozo del que no parece obtenerse ningún beneficio material. Seguramente la Guardia Civil venga a preguntarme mañana por mis alumnos pues hay algo adolescente en ese vandalismo de grupito, en ese orinar anónimamente en la pared de un vecino. Lo malo es que cuando pasen a mayores (las barbaridades y sus protagonistas) la travesura se transformará en gamberrada y ésta en delito.

Años más tarde, algunos todavía fuera de la ley o en el límite, vienen en busca de sus magros certificados de estudios o incluso de visita. El antiguo bozo se ha transformado ya en barba cerrada o presentan surcos definitivos en la piel y es difícil reconocer en esos orondos paisanos a aquellos tirillas adolescentes que abandonaron los estudios más de un decenio atrás. Les digo que sólo puedo certificar que cursaron 2º de ESO y que suspendieron todas. "Os dí mucha guerra", me dicen amistosos. Ellos, porque este es un tema en el que no sirve el lenguaje de género. No hay casi forajidas. A mí me parece muy grave que estos chicos, muchos de ellos bastante inteligentes, estén tirando por la borda sus posibilidades educativas. ¿Para cuando un plan de choque que discrimine positivamente por géneros?. Probablemente salvar a muchos de ellos del fracaso escolar repercutirá en el bienestar social, en menor violencia de género también. ¿No sería rentable invertir algo de dinero?

De niño, cuando jugabas a vaqueros, sombrero y pistolas al cinto, casi siempre te pedías ser el bueno y te prendías con un alfiler la estrella de sheriff en el pecho. En el cine el bueno se solía llevar a la chica (o el malo, o el que pueda si se trata de Ava Gardner en Forajidos de Robert Siodmak, no se la pierdan) . Hoy ya no. Y ya nadie quiere ser el sheriff.

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