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Un político digno
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Un político digno

Actualizado 26/03/2014
Isabel Nieto

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Estos últimos días, los medios informativos han focalizado su información en torno a la figura de Adolfo Suárez, con motivo de su fallecimiento. Se han escrito riadas de páginas sobre su figura política, humana, e incluso he llegado a leer un artículo relativo a su innata elegancia.

Es obvio que merecía el homenaje que ha recibido, y lo ha confirmado ese pueblo español que lo ha despedido con lágrimas en los ojos y con un sentir común: se nos ha ido el presidente honrado, servidor de los intereses generales y de moral intachable. El pueblo no es tonto y sabía que estaba dando su adiós al único presidente de nuestra joven democracia que renunció a su pensión, que tuvo que vender sus dos casas para poder afrontar los gastos médicos de su esposa y de su hija. Quedaba claro que estábamos dando sepultura a un político digno.

No obstante, las imagenes televisivas y los diferentes artículos periodísticos me han llevado a hacer ciertas reflexiones.

Primera. Cuando contemplé a los tres ex presidentes vivos, juntitos ellos, delante del féretro de Adolfo Suárez, no pude evitar un pensamiento un poco maligno: ellos nunca tendrán una despedida semejante. El hombre que se nos había ido entraba en la Historia con mayúsculas, por méritos propios. Ellos, si acaso, una nota al pie de página y, seguro, que no laudatoria. Claro que las diferencias son no grandes, sino grandísimas. Frente al que se va sin patrimonio, queda el sevillano comprándose la finquita cortijera en tierras extremeñas, el pequeño guerrero adquiriendo una hermosísima (por lo grande) propiedad en la costa marbellí para el veraneo y el leonés, sin futuro, cobrando dos suculentos sueldos que no imaginó ni en sus mejores sueños.

Segunda. Estaba allí demasiada gente. ¿Por qué? Pues la respuesta es fácil: Suárez sufrió la soledad del poder. Gobernó en una etapa crucial de nuestra reciente historia: clausurar el franquismo e instaurar el sistema democrático. Esta coyuntura histórica le llevó a tomar decisiones que le dejaron solo por lo arriesgadas que eran, como fue la legalización del Partido Comunista de España, a la que se oponía el Rey, las fuerzas más conservadoras y, no olvidemos, el ejército español, que estaba acostumbrado a mandar y mucho. En su aventura de partido tuvo que soportar el abandono de sus compañeros y cuando se presentó a las elecciones con el CDS también sufrió el olvido de aquel pueblo que tanto le había vitoreado y aplaudido.

Tercera. Se ha hablado y mucho estos días sobre la Transición Española y Adolfo Suárez. Y me ha llamado la atención el olvido total de uno de los personajes más importantes para que ese camino que se inició en Diciembre de 1975 tuviera un final feliz. Me refiero a Torcuato Fernández Miranda, hombre de una prodigiosa inteligencia, que en la sombra pergeñó el esquema y la senda que había que seguir para desmantelar la dictadura desde dentro y pacíficamente instaurar la democracia. Siempre ocupó un segundo plano, pero fue el maestro en el que siempre se apoyó Suárez. Y, no sería justo, acabar sin mencionar al gran amigo e inestimable ayuda que siempre encontró el Presidente en el general Gutiérrez Mellado. Cuántas injurias e insultos e incluso alguna brutalidad (recuerdo a Tejero zarandeándolo en el Congreso de los Diputados sin el menor respeto) tuvo que soportar este hombre de pequeña estatura y enjuto cuerpo, pero de enorme valentía y coraje. También estos dos hombres, como el que se nos ha ido, pusieron los intereses generales por encima de los suyos.

Cuarta. Los recuerdos me han dejado nostálgica. Se me amontonan escenas, momentos felices, los primeros mítines, las banderas rojas, las banderas tricolor, nuestro afán por ir a todos los mítines, las lágrimas y emoción en las primeras votaciones, la esperanza de una España libre, democrática y solidaria?y, miro a mi alrededor, esta España de 2014 y el alma se me llena de pena, Ni libre, ni democrática ni solidaria.

Hasta luego, Adolfo. Lo hiciste bien, pero ya ves, los obrerillos de la política se han encargado de ir destruyendo nuestros sueños, poco a poco. Ahora, tenemos pesadillas.

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