Llevo casi 48 horas de silencio bloguero. He pasado buena parte de ellas, yendo de televisión en televisión, con el obispo de la izquierda de la foto: Don Ricardo.
Cuando le presenté hace seis años en "Entrevistas con doce obispos españoles", comenzaba diciendo que tiene en su habitación una foto entrañable, la de sus padres atándole las manos el día de su ordenación. La lleva siempre con él. Es una forma de tener a sus padres al lado. "Ellos pasaron por la vida haciendo el bien. No recuerdo ni un instante en el que estuvieran tramando algo contra alguien".
Y este obispo, de pueblo -como le gusta que le llamen- ha heredado la bonhomía familiar. Ayer contó Isabel Durán en 13 TV cómo cuando a un periodista se le cayeron unos folios, enseguida el entrevistado se agachó a recogerlos y le dejó sin palabras cuando le dijo: "estamos aquí para servir". Doy fe. Así fueron las cosas, tal y como se las han contado.
Ayer mismo, yo había quedado con él a primera hora de la mañana. Llegué diez minutos antes, por si acaso, y don Ricardo ya estaba allí, pasillo arriba-pasillo abajo, junto a mi despacho, rezando el rosario.
Como alguno ya estará pensando, a tenor de lo que le cuentan, que ¡vaya diferencia con otros obispos!, prometo para el lunes la segunda parte del post. No sé titulará Blázquez II, se titulará Rouco. Y ya verán como hay segundas partes que sí que pueden ser buenas.
Iba a empezar la historia del Cardenal Rouco de manera muy similar a como lo ha hecho mi buen amigo José Luis Restán para hablar de "Francisco, hijo de la Iglesia". Así que, con permiso, copio y pego el arranque.
Como periodista soy consciente de cuánto importa la apariencia. No voy a ser yo quien desdeñe las percepciones, pero tampoco quien renuncie a la verdad de los hechos.
Durante estos días, Don Ricardo ha alabado las múltiples y variadas cualidades de don Antonio. Son viejos amigos. Basta conocer un poco al primero para saber que lo que dice del segundo no lo dice por cumplir.
Es cierto que a veces uno tiene la impresión de que la atención selectiva funciona de manera muy sutil y cada uno termina oyendo lo que quiere oír. Blázquez habla de una Iglesia pobre y para los pobres y se abren las orejas y el corazón. don Ricardo habla de lo mucho que la Iglesia tiene que agradecerle al Cardenal y, en el mejor de los casos, se abren las orejas.
Para los católicos, la historia es una realidad germinal, que se despliega, que tiene sentido. No avanza provocando choques, como si de "síntesis" y "antítesis" se tratara. La comunión hace pedazos, suave y eficazmente, cualquier intento de trinchera ideológica, venga de donde venga.
Pero la historia es, además, vieja y conocida. No hemos de ser de Pedro ni de Pablo, sino de Cristo. Por eso faltan a la verdad, aunque en ocasiones sea con buena intención, quienes lanzan afirmaciones gruesas del tipo: "Dios quiera que este Papa nos dure muchos años, porque sin Francisco la Iglesia estaría perdida", o su correlato para la Iglesia en España y la Iglesia en Madrid.
En cantidad, ahí están los datos. En calidad, no voy a extenderme mucho porque a don Antonio no le gustan estas cosas y porque en breve va a salir una completa biografía de imprescindible lectura. Al Cardenal voy a decirle simplemente "gracias". Y a quienes, como a cierto político que habló el otro día en la COPE, Rouco le siga dando miedo, no me queda más que invitarle a conocerle. O a conocer a los que le conocemos. Yo me ofrezco, pero sería mucho más interesante, por ejemplo, que tuviera una conversación con los presos que el Cardenal visita en la cárcel.
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