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Algo se pierde
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Algo se pierde

Actualizado 18/03/2014
Fernando Segovia

Lamento que un avión se pierda. Y que los familiares y conocidos de doscientos treinta y nueve viajeros no sepan nada de ellos a la semana de desaparecer. Pero me sorprende que ahora que dicen tener todo bajo vigilancia en la era de las tecnologías puntas no se sepa nada de nada. Pero nada, a día de hoy que escribo esto, domingo, 16 de marzo. Y no sé si alegrarme por el hecho (aunque muy lamentable para los protagonistas y cercanos, reitero) de que algo se escape del control absoluto. Y de algo tan voluminoso, que hace tanto ruido y con tantos seres dentro con sus móviles y maletas (y se supone que altamente dotado en última tecnología). A lo mejor somos más libres de lo que nos puedan hacer creer y hasta nos podemos escaquear masivamente sin hacer ruido ni dar parte a alguien.

Ahora resulta que no todo está bajo control. Que resulta más fácil hacer desaparecer un avión que un salchichón envuelto en papel de aluminio por la caja del supermercado. No sé si creérmelo. Este gran hermano orweliano que nos decía vigilados nos está fallando en algo. ¿Y si el avión no existía? ¿ Y si es cosa del mago David Copperfield? ¿Y si se trata de otra broma pesadísima más del Follonero, como aquello del reciente veintitrés efe televisivo (del follonero de aquí o el de allí, que me da igual)?

Yo no quiero que jueguen conmigo con este tipo de asuntos. Estos dioses de pacotilla que dicen manejar nuestro mundo, nuestro pensamiento y nuestra vida en casi todo tienen la obligación de encontrarlo ya. Hacerlo aparecer. Como sea. Darnos parte pormenorizado del asunto y convencernos. Y volver a ser serios. Depositamos toda nuestra confianza en el radar, en las torres de control, en los controladores que no hacen huelgas, en los cientos de satélites, en la telefonía móvil y fija, en las redes sociales y antisociales, en los millones de ojos que saturan de vigilancia todo, en los expertos y en las comisiones de expertos, y va un avión y se nos pierde como si tal cosa. Vamos, esto no es serio, señores. Amenazamos los de a pie con apearnos ya de toda la tecnología punta si no aparece. Darnos de baja de todo (y nos saldría más barato, incluso llegaríamos a fin de mes). Y volver a la estrella polar de siempre, al sextante, y la radio de galena, el telégrafo, y las señales convencionales y balizas luminosas para posicionar, y confiar en el oído que oye algo y el ojo que ve directamente. Dejarnos de tantas gaitas tecnológicas y admitir que somos muy vulnerables y limitaditos, y que aún se nos escapan cosas para deleite de señores como Iker, Alés y cuartos milenios (y otros programas de asuntos por el estilo). Y seguir creyendo que algo de magia existe al fin y al cabo, y fenómenos casi sobrenaturales que explican lo que no nos convence por la vía natural. Es que con el avión también perdemos algo la confianza. Para reírse, si en el fondo no fuese todo algo tan trágico.

(Y vuelva a quedar constancia de que lamento mucho que no se sepa nada de doscientas treinta y nueve personas que pudieron tener la desgracia de subirse a ese avión que se perdió).

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