Los cortijeros tradicionales son capataces de fincas rústicas, con la misión de cuidar el cortijo y obedecer al amo, haciendo de la sumisión doctrina ejercida en amplias zonas meridionales de la España abandonada a la charanga y pandereta. Pero hay también cortijeros sin cortijo, que han suplantado al amo en las ciudades, haciéndose con el poder de una tierra que no les pertenece, por ser patrimonio común de todos los urbanitas.
Tales cortijeros gestionan a su antojo instituciones públicas, entidades financieras, sociedades culturales, organizaciones sindicales y agrupaciones ciudadanas, como si administraran feudos medievales de su propiedad, sin dar cuentas al pagador que pone los maravedíes, viendo con espanto despilfarradas sus aportaciones.
La consecuencia inmediata es que tales condominios herederos de taifas, son terreno abonado para el amiguismo y las reboticas. Los cortijeros empalizan la aldea para evitar que nada llegue ni salga de ella sin su permiso. Bloquean los caminos que facilitan el acceso a la villa e impiden el desarrollo de un comercio ajeno al tradicional para salvaguardar la identidad que les falta.
Cortijeros hay de diferentes pelajes y procedencias, pero con idéntica prepotencia, intenciones mandonas y destino común de aprovechamiento personal de bienes ajenos, sin que los paganos llevemos el descontento más allá de la murmuración con sordina en los mentideros sociales.
Entre las cualidades que adornan las espuelas de los cortijeros están las de ser aldeanos mentales, tradicionales en sus gustos y conservadores en sus preferencias. Confunden limosna con solidaridad y lealtad con sumisión. Viven del poder y miedo ajeno, conjugando sólo dos tiempos verbales porque son incapaces de bucear en el futuro para ganar la vida de todos.
No pueden imaginar la parte oculta del iceberg social y su irracional poder nos prohíbe asomarnos siquiera a sus despachos por el ojo de la cerradura. Temen los cambios y le asustan más las novedades que el pedrisco. Por eso la creatividad no tiene espacio en su territorio y pasan media vida mirándose el ombligo, y la otra media delante del espejo. La escasez mental de estos culturetas, les aconseja, por ejemplo, contratar danzarinas más altas para evitar que bailen de puntillas.
El individualismo enfermizo, la ignorancia de los derechos ciudadanos, el incumplimiento de las obligaciones, la demonización de los oponentes, y la institucionalización de la chapuza, son otras señas de identidad del cortijerismo, a las que se añaden la anorexia cultural, la falta de diálogo, el hermetismo, la banalización de las cuestiones, la superficialidad y el galapaguismo.