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Lucanor y los carteles
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Lucanor y los carteles

Actualizado 12/03/2014
Francisco Javier Blázquez

Carteles

Las historias con las que Patronio iluminaba a Lucanor nos vienen al pelo para explicar, ahora y siempre, la condición humana. Es lo bueno de los clásicos, que no prescriben nunca. Y al respecto de lo que en estos días se raja sobre el cartel con el que la Tertulia Cofrade Pasión anuncia este año la Semana Santa, me viene a la mente el cuento del burro. Porque aunque ya era sabido que el cartel iba a dar que hablar, también es cierto que la ignorancia es atrevida, a veces en demasía. No voy a dedicar el artículo al cartel, que ya lo hizo Alén, con rigor y precisión, el domingo pasado en este mismo medio, pero sí quiero compartir una reflexión partiendo de la obra de don Juan Manuel, el infante de Castilla.

Imagino a los lectores al tanto del cuento en el que dos labriegos, padre e hijo, van al mercado llevando al burro del ronzal. Los que se cruzaron con ellos les recriminan su estulticia por ir a pie teniendo cabalgadura. Así que monta el hijo y pobre padre, que es anciano; monta el padre y pobre hijo, que está aún tierno. Suben los dos y qué animales, que el pollino es flaco. Así que vamos, que hagas lo que hagas, siempre habrá quien censure.

Y esto es lo que pasa con los carteles de la Semana Santa. Cuando la Junta de Cofradías convocaba su concurso para el cartel, pidiendo imaginería y monumentalidad, se criticaba la reiteración y las cortapisas a la creatividad, porque el paso y Salamanca eran obligatorios. Cuando la Junta revisa las bases del concurso y elimina requerimientos, para hacerlo más abierto, pues ya vale cualquier cosa para ser cartel y sin imágenes no se anuncia nada. ¡Vaya por Dios! El año pasado gana Iván Marcos, un chavalín que sacó los colores a los veteranos, y resulta que el capirote está arrugado y no se ve el Cristo, como si la proyección de la sombra en el muro no fuese más sugerente que el crucificado. Y este año, con la foto de los faroles arrabaleros, de Alfonso Barco, lo que hemos tenido que escuchar. Vale lo de las calabazas de Halloween, que pudo tener hasta su ingenio, pero eso de que no se ve Salamanca y que puede ser cualquier ciudad ha pasado a convertirse en axioma. Ay, Señor, ¡que no es Salamanca!, como si las letras no contasen en un cartel.

No se ve Salamanca, claro, y por eso piden cambiar las bases y reprobar al jurado. Menos mal que para contrarrestarlo llega el cartel de la tertulia, con la pintura de Muñoz Bernardo que incluye una estampa salmantina a más no poder, dando la impresión de que la monumentalidad que falta en el oficial sobra en el de Pasión. Los críticos de antes deberían estar contentos, pero no. Hete aquí que tampoco vale, porque no se ve la Semana Santa.

Pues qué quieren que les diga. Particularmente, la idea de ocultar la Semana Santa en un cartel destinado a anunciarla me parece, sencillamente, genial. Pero ojo, que ocultar no significa eludir, porque estar está, solo hay que saber descubrirla. En el Arte vale más lo que se sugiere que lo explícito. Y mirando uno encuentra tantas evocaciones de la Pasión que la ciudad entera parece convertirse en Semana Santa. Todo un acierto, aplaudido por quienes saben ver, censurado por quienes no tienen capacidad de ir más allá de la imagen relamida con el paso de turno, si hablamos de pintura, o la archiconocida línea fotográfica que en su día puso de moda Monzón, novedosa al principio, pero tan gastada por el uso y abuso que ya va siendo hora de que los aires de renovación, en la pintura y fotografía, lleguen también a la cartelería procesional.

Para concluir, y parafraseo a Patronio, por críticas de las gentes, mientras que no se haga el mal a nadie, buscad vuestro provecho y no os dejéis llevar. Ahí queda el consejo, así que cada cual a lo que sabe, que lo hará bien, y los necios a lo suyo, a farfullar y rumiar invectivas, algo inherente a Salamanca, la ciudad donde largar sin aportar ideas ni soluciones alcanzará pronto la consideración de deporte comarcal.

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