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Todo se pone en contra de uno
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Todo se pone en contra de uno

Actualizado 10/03/2014
Ana Hernández

En todos los grupos hay, al menos, un pesado, un egoísta y un amargado.

Es algo intrínseco a la esencia del grupo y algún día me darán un premio por sentar cátedra sobre el comportamiento humano. Son tipos de personas fácilmente localizables tras la correspondiente convivencia. El pesado necesita dar rienda suelta a su carácter agobiante, invadir el espacio vital y clavar fijamente su mirada en el cogote de la pobre víctima, que acaba exhausto tras 25 horas al día fingiendo serenidad ante tal ataque. Si cometes el error de ser amable un minuto con él, se pegará a ti como una lapa.

El egoísta, sin embargo, disfrazará de simpatía su interés hasta que te tenga en sus redes. Te habrá atrapado sin que te hayas dado apenas cuenta y cuando ya te tenga ligado a su existencia, exprimirá tu ser hasta las situaciones más absurdas. Tendrás que cargar con este tipo de persona a pesar de suponer para ti un sacrificio obvio y anteponer sus intereses a tus deseos.

El amargado es el más claro de los tres, porque su jeto de malencarado de la vida le precede allá por donde pasa. Nada le satisface. Ni lo que se hace por él, ni lo que se deja de hacer. Si le llevas a la ópera se enfadará. Si lo sueltas en el metro con un billete a cualquier parte y completa libertad, también. Su estado natural es el enfado contra cualquier persona, cosa o situación que se cruce en su camino.

Hoy mi historia no va de música, sino de músicos. Esta es la historia de 16 músicos que se plantan durante una semana en Alemania para hacer un viaje de estudios. Lo primero a aclarar es que cuando se organiza un viaje de estudios siempre hay unos cuantos que pringan y procuran tenerlo todo bajo control mientras otros miran cómo pasa todo, cual vacas al tren. Pero ese comportamiento es también intrínseco al grupo y a la madera de liderazgo de que se disponga. Lo segundo que conviene aclarar es que el concepto de viaje de estudios debe tener algo de elevadísimo conocimiento que requiere un cociente intelectual exagerado para que la gente lo entienda. Siempre habrá dos o tres personas que de "viaje de estudios" solo van a entender la parte de "viaje". El complemento que le suman, a su completa voluntad, varía entre viaje de placer, viaje de negocios (compreteo) y safari (a la caza de todo lo que se mueva). Es así, se siente.

Pues en la historia que os cuento hoy, entre los 16 músicos teníamos toda fauna personística que he mencionado antes. La pesada, la egoísta, la amargada, la que va a su bola, la que te pone caras, la que se queja sin motivo, la que no tiene reparos en darte el susto del día al coger un tren al vuelo, la que prefiere una tienda de zapatillas al palacio de Sanssoucci? Sí, lo sé, estáis pensando que estoy haciendo muchos amigos con este artículo. Yo ya tengo mis amigos, descuidad. Mis amigos son personas que siempre te regalan una sonrisa, te ofrecen lo que te falta sin pensarlo o se pegan el madrugón del siglo como apoyo moral.

Dicen que de los buenos viajes uno no se trae souvenirs o recuerdos físicos. Los viajes que merecen la pena son aquellos de los que traes de vuelta una valiosa lección y un montón de fotos que te ponen una sonrisa estúpida. Yo he traído de vuelta de Alemania 215 fotos en mi cámara y otras 1000 entre las de mis compañeros. ¿La lección? Comprobar que en 30 segundos de tensión se puede conocer o desconocer a una persona.

Cuando todo se pone en contra de uno, es la verdadera forma de ser de cada persona lo que sale a la superficie. Cuando el personal de tierra del aeropuerto de Schönefeld se confabuló con Easyjet para denegar el embarque a la mitad de mi grupo, vi la verdadera cara de unos pocos. Cuando intentas hacer tiempo y convencer al personal de tierra de que están partiendo un grupo por la mitad y mientras tanto ves cómo otros suben al avión sin mirar quién se queda atrás, te das cuenta de quién merece la pena y quién no. Cuando compruebas cómo el personaje que decía ser capaz de sacrificarse por el grupo ni vuelve la cabeza o quien ha estado exigiendo sacrificios al resto por no hacer el suyo propio va colándose con todo el morro delante del resto de compañeros y luego finge preocupación al saber que la mitad del grupo se queda en tierra? Cuando tienes que volar de vuelta a España porque tienes todos los billetes a Salamanca mientras escuchas las risas de los que no miraron atrás y lo único que puedes hacer es sufrir una tremenda impotencia en silencio, te das cuenta de que todo se ha puesto en tu contra.

Pero, de puro enfado, tu mente empieza a funcionar a toda velocidad en un momento dado. Buscando soluciones. Y empiezas a buscar teléfonos, recordar nombres y planear todo lo que tienes que hacer para que dentro de lo malo, ocurra lo mejor.

No le recomiendo a nadie la horrorosa sensación que te recorre el cuerpo cuando dejas ocho compañeros atrás. Menos aún cuando te das cuenta que para la compañía que te presta un servicio por el que has pagado, y tienes derecho a recibir, eres tan solo un número y para cubrir sus balances pueden jugar contigo como quieran. Te pasas media hora incapaz de planear nada, solo puedes pensar una y otra vez en el idiota del personal de tierra que le arreó una patada a tu maleta para presionarte a coger el avión o en la última llamada que pudiste hacer antes de apagar el móvil para saber que a tus ocho compañeros los han empezado a cachear en un momento dado como si fueran terroristas con el único propósito de hacerles perder tiempo y el avión.

¿En qué quedó la cosa? Easyjet, tomen nota porque esto es para saberlo, se ha llevado 640 euros por su cara bonita, en una forma de estafa que encima es legal: Overbooking. Yo vendo quince asientos más de los que tengo, cuando veo que el avión se me desborda hago una llamada al personal de tierra para que "paralice" el control de seguridad. Si no llegas a la puerta de embarque la culpa es tuya, no de Easyjet. Así que me molesto en registrarte por las cosas más estúpidas. Te cacheo como para encontrarte un tumor al tacto, te hago sacar los líquidos, las baterías de las cámaras de fotos y todo lo que en ese momento se me ocurra. Se trata de hacer que pierdas un vuelo y no puedas reclamar ante la puerta de embarque, todo vale. Pero como no quiero que me demandes porque sé que no tengo razón, te ofrezco el siguiente vuelo a precio reducido. Eso sí, te rompo toda prueba del vuelvo que te he hecho perder. Total, solo me vas a pagar por mi santo morro otro vuelo que debería de darte gratis, por las pequeñas molestias que supone obligarte a estar un día más en Alemania. A lo que hay que sumar los costes de estar un día más a la espera de otro vuelvo. Ah, y el mal rato que (casi) todos nos llevamos. ¿Lo peor de todo? Para mí, la sensación de que puedan tratarte como un número con total impunidad.

Afortunadamente, como decía la película, siempre hay algo bueno para recordar de esta odisea de vuelta. Cuando ves a los ocho compañeros que se habían quedado atrás sanos y salvos en Barajas y te rodean en un abrazo que casi nos tumba a todos? Ahí sabes que, aunque todo se ha puesto en tu contra, has viajado y vencido.

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