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‘Espiritualidad’
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‘Espiritualidad’

Actualizado 09/03/2014
Antonio Matilla

Dicen que la fe y la verdad religiosa están de capa caída y que ahora lo que mola es la espiritualidad. No más iglesias ni religiones oficiales, pero sí una búsqueda por libre de lo espiritual. Debe ser cierto. Al menos en algunos lugares. O continentes. Europa sin ir más lejos, España, Salamanca. Claro que no es para menos, después de los fracasos espirituales de los últimos cien años: Gran Guerra, que dejó a media Europa sin juventud y sin alma, Guerra Incivil española, II Guerra Mundial, Guerra Fría, guerras de descolonización, guerras entre Israel y los países árabes, Objetivos del Milenio sin cumplir, Hambre ?todavía- para 800 millones de personas, violencia machista, aborto, VIH, la plaga de las drogas y su violencia y corrupción anexas, miles de muertos entre Ceuta y Lampedusa, persecución anticristiana en muchos países de África o en lugares antes tan tolerantes como la India, primaveras árabes que han devenido en tórridos y sangrientos veranos. Y lo nuestro: crisis financiera, más de cinco millones de parados, desahucios, preferentes, corrupción política y social, juventud sin futuro.

Hartos de manipulación y de sufrimiento, generaciones enteras se han lanzado a un trabajo espiritual que ya no se fía de las ideologías que masacraron a millones, ni de las Iglesias que no fueron capaces de impedirlo y, en muchos casos, tampoco de denunciarlo. Pero sucumben fácilmente a los cantos de sirena del consumo, del dinero, del poder, del sexo libre ?amor libre se decía en los años treinta-, del culto al cuerpo bello, generador a veces de deportistas juguetes rotos por dentro y por fuera.

Los caminos del espíritu, en Europa, en España, ¿en Salamanca? van ahora por la autoayuda, la recuperación de la autoestima, una autorrealización más o menos individualista, el afianzamiento del yo incapaz de una apertura auténtica al tú, el relativismo respecto a la verdad. Solo parecen salvarse un cierto impulso sentimental a favor de una difusa fraternidad universal, un ecologismo más dogmático que contagioso y un loable deseo en favor de la paz, de éxito fácilmente descriptible. Ante una espiritualidad tan difusa y lánguida, la Ciencia y la Tecnología no tienen un interlocutor potente que les ponga las pilas, les haga de contrapeso ético y deben hacer grandes esfuerzos por no caer en una nueva idolatría que las destruiría desde dentro sin remedio.

Magra despensa espiritual tenemos, empolvados como están, o relucientes en un museo, la Biblia, Juan de la Cruz o Teresa de Jesús, Francisco y Clara de Asís, Domingo de Guzmán, Catalina de Siena, Ignacio de Loyola, Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), Teresa de Calcuta, Carlos de Foucault, Romano Guardini y otras cumbres de la espiritualidad que dieron sentido a la vida de europeos, españoles y salmantinos.

En otras partes ?continentes- del mundo, me da que las cosas no son así y que, como decía el dibujante Romeu hace ya treinta años, las cosas del espíritu siguen siendo el no parar. Podría ser que aquí estuviéramos equivocándonos.

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