Tasmín

Elisa entró en el piso y notó un agradable olor a café recién hecho. Llamó a Ángeles pero no obtuvo respuesta, solo Musa, la gata mil razas que compartía con ellas aquel piso de estudiantes, salió a recibirla. Elisa supuso que su compañera de piso, al regresar de la facultad, habría hecho café antes de solucionar algún recado. Cuando Ángeles llegó, juró y perjuró que no había estado en casa en toda la tarde y que, por supuesto, no había hecho café. Una sombra de sospecha de mutua tomadura de pelo quedó flotando en el aire, pero no era cuestión de enemistarse por semejante bobada.

Unos días después Elisa y Ángeles regresaron a casa, comentando animadamente las incidencias del día en sus respectivas clases. Cuando se disponían a preparar la cena observaron que la barra de pan estaba empezada, fue comprada a medio día pero no habían probado el pan durante la comida. Esta circunstancia resultaba sorprendente por el hecho de que habían salido y regresado juntas. La primera reacción fue mirar hacia el suelo culpabilizando a Musa aunque sin ningún fundamento, el corte del pan estaba hecho con cuchillo.

A la mañana siguiente, mientras Ángeles ponía el desayuno oyó a Elisa gritar desde la ducha. La luz del baño se había apagado. El piso que ocupaban era antiguo, y unas de sus particularidades era tener la luz del baño en el pasillo. Como pudieron comprobar el interruptor estaba apagado, y al encenderlo funcionaba perfectamente. Elisa culpó a Ángeles de esta y de otras bromas, provocando una extraña situación de sospechas y recelos. El malentendido se aclaró en pocos días cuando sendas amigas sufrieron apagones de luz mientras se duchaban, estuviera o no la otra persona en la casa.

Ambas compañeras eran personas pragmáticas, creyentes solo en aquello que fuera palpable, medible y cuantificable, salvo lo relativo a las emociones humanas, y nada dadas a dejarse llevar por miedos irracionales. Cambiaron la cerradura de la puerta y llamaron a un electricista, el cual verificó que la instalación no sufría derivas ni otros inconvenientes que pudieran afectar al funcionamiento del interruptor.

A pesar de las medidas correctoras, los apagones del baño se seguían alternando, cada vez con más frecuencia, con cafeteras humeantes y desapariciones de porciones de pan.

La confirmación de que algo vivía con ellas llegó cuando, una noche, Musa apareció corriendo por el pasillo con el pelo erizado, y de un salto se coló en el sofá, entre las dos muchachas, mirando horrorizada hacia la puerta de la salita. Ella también había sentido la presencia.

La chicas, en contra de sus principios más arraigados, tuvieron que asumir que posiblemente hay cosas que escapaban a su comprensión, fuerzas que se mueven en otras dimensiones y que, por algún motivo, llegan a interactuar con el mundo conocido.

Y haciendo gala de su mente racional decidieron convivir con aquel ente que, en el fondo, se ocupaba de ellas preparando café, apagando luces durante el día para no gastar electricidad y asustando a Musa cuando preparaba alguna trastada. A cambio solo pedía un pedazo de pan y un lugar donde vivir. Así que, hasta que acabó el curso, compartieron piso con Tasmín, diminutivo cariñoso y asturiano de fantasmín.