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La presencia de la ausencia
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La presencia de la ausencia

Actualizado 04/03/2014
Fernando Segovia

La verdadera estrella de los goyas de este año ha sido indudablemente el ministro Wert. ¿Alguien lo duda acaso? No creo. Y eso me lleva a recordar una anécdota que viví hace unos veinte años ya en una tertulia de café a la que acudía cada semana. El nombre del personaje protagonista me lo callo, pues anda por ahí, bien activo, y no hace al caso ahora. En esa tertulia hablábamos de todo y de nada. A veces con excesiva pretensión en cuanto tema o modo de tratarlo. En principio nos reuníamos artistas de todo pelo y condición, periodistas de los medios locales, profesionales liberales y algún que otro funcionario. Y esa reunión la solíamos hacer a horas de madrugada los viernes en el café Marfil de la Gran Vía (la mayor parte de nuestros treinta años de historia cumplidos como tertulia normalizada y seria).

Esa noche que refiero asistía a nuestra tertulia (y ya lo había hecho algunas veces más, sin ser asiduo del todo) un filósofo, pertinaz lector de bar, muy buen cliente de ese café, algo desgarbado de formas y pasota o profundo cuando le convenía. Por lo visto aquella noche empezamos algo aburridos y a nuestro filósofo no le llenaban demasiado los temas. Entonces tomó la palabra inusualmente (de modo algo destemplado para su costumbre) y refirió su intención de ausentarse durante un rato por mero aburrimiento. A esas horas tempranas de conciliábulo, rozando la media noche, pues no suponía una salida muy lógica (la de irse con cierto aire de petulante protagonismo) para los allí reunidos. Y el amigo filósofo (sagaz él) nos dijo a todos que deseaba hacer una "presencia de la ausencia", una especie de juego-perfomance en el que estaba seguro que irremediablemente hablaríamos de él (con lo que de este modo estaría presente) en esa ausencia suya premeditadamente buscada y publicada. Pues dicho y hecho. Tomó su abrigo y sin más se marchó dejándonos a todos con un palmo de narices. Y claro que nos quedamos hablando de él. Dijimos de todo. Que si está medio loco. Que si es algo fantasma. Que si raro y demás. Que si tiene un toque. En fin de todo, cuando lo que se desea es hablar de algo con cierta sustancia.

A las dos horas, aproximadamente, el amigo filósofo volvió al café como si tal cosa. Como si nada. Tranquilo, paseado, fresco y despejado. Nos preguntó por el resultado de la tertulia en su ausencia y admitimos que, en efecto, estuvimos hablando de él casi todo el tiempo. Y su presencia nos motivó seguir hablando aún durante la madrugada. El amigo sonrió y se mostró ufano de haber conseguido el experimento que se hubo propuesto. Fue más protagonista esa noche que ninguna otra de las que pudo haber asistido. Para gozo propio, claro.

Igualico, igualico que sucedió con el ministro Wert la otra noche de la gala.

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