Con noventa y tres años a la espalda, don José Martínez Ruiz decidió acogerse al descanso eterno un día como hoy de 1967, mientras se decretaba en España la pena de arresto mayor y multa para quienes infringieran la libertad de expresión, y la fundación Juan March compraba por 10 millones de pesetas el Cantar de Mío Cid, convirtiéndolo en el manuscrito más valioso de la Biblioteca Nacional.
El laconismo de Azorín dificultaba la comunicación con el escritor, porque transformaba la conversación en una sucesión de monosílabos encadenados, aderezados con leves gestos de las manos que se alzaban desde sus piernas, cubiertas por una manta doméstica.
Educado en una familia tradicional, burguesa, acomodada y un puntito liberal, José Augusto Trinidad Martínez Ruiz fue novelista, ensayista, dramaturgo, crítico literario, articulista y, además, abogado, pero con toga sin desplanchar, antes y después de jugar al escondite con el anarquismo.
Diputado conservador en cinco ocasiones y subsecretario de Instrucción Pública, este liberal se negó a sentarse en el Gobierno del directorio militar de Primo y se refugió con Julia en Francia durante la guerra civil hasta ser rescatados por el cuñadísimo Suñer al final de la contienda, agradeciéndoselo Azorín con su obra El pasado, en 1955.
Frases cortas, casticismo y parejas de adjetivos entre comas, era su estilo literario. Confidencias tabicadas a cal y canto, como expresión de su mutismo. Horario franciscano y la exigencia disciplinaria para cumplir la forzosa obligación de escribir cada día la columna de opinión en ABC, cuando Cela pontificaba en Arriba.









