, 28 de abril de 2024
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El recto
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El recto

Actualizado 25/02/2014
Fernando Segovia

El recto bien pudiera ser el camino más corto entre dos puntos. Aunque también se llama así a la parte anatómica muscular de ahí donde todos suponemos. O una de las bocas del cuerpo (imagínense cuál podría ser otra de ellas, luego de la boca real), como defendían eufemísticamente unas mujeres que conocí en mi adolescencia. Quizá más desagüe que boca principalmente, pero así que lo definían ellas. Claro que ese recto tan recto hasta el interior del cuerpo, pues propicia entradas de todo tipo de materia y también modos de entrar. Bien saben esto los pornografistas, los morbosamente curiosos y los médicos, principalmente. Y me centro en este último sector, que es lo más correcto y conveniente ahora.

De pequeño uno de los mayores sufrimientos consistía en que te metieran por el recto un supositorio milagroso que redujese la fiebre y aplacase las anginas (y luego con los años y el acceso a más conocimiento, me enteré que solían ponérnoslos al revés, apuntando con la parte en pico). También las necesarias lavativas nos hacían temer lo peor y traían montones de lágrimas por más que dijesen que eran para ponernos buenos. En fin que no era grato el trance de que te metiesen algo extraño del modo que no parecía nada natural. Claro que tampoco queríamos comer la cucharadita de aceite de ricino o de hígado de bacalao, tan asqueroso de sabor, hasta el punto de ponernos la trampa consabida de taparnos la nariz para en el momento de abrir la boca (la boca de los dientes en este caso) para respirar, pues zas, cucharada al canto y a tragar por obligación. O sea que todo lo que entraba de modo natural por la vía correspondiente pues a lo mejor tampoco hacía demasiada gracia. Y ya en alturas bastante considerables de vida (las mías de ahora mismamente) pues las desgracias de salud vuelven a propiciar que el recto sea de nuevo considerado como el más recto y seguro camino para acceder a los oscuros interiores de uno. Y escudriñar ahí todo lo escudriñable. E intentar arreglar lo que se pueda en un principio. Muy a pesar de uno ese acceso, quede claro. Otra vez recuerdos (malos recuerdos) infantiles. Relájate hijo, que es mejor. Y de nuevo largas sondas con agujas, lucecitas, pinzas y cosas por el estilo para intentar esos arreglos en el interior. Y bien mientras se vayan arreglando. Que esa es otra.

Y puedo (y debo) dejar para otro día el aspecto metafórico del asunto, el asunto político y social tan en boga, eso de los malos tiempos y la predisposición de los consabidos poderosos de casi siempre de ponernos a todos mirando a Cuenca de modo tan insistente. Aquello dicho de la vía menos natural. Y a callarnos.

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