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El wasá
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El wasá

Actualizado 22/02/2014
Santi Riesco

Cuando se popularizó la telefonía móvil en nuestro país sucedió algo similar. En aquel tiempo, para hablar había que extender la antena que venía incorporada en el aparato. Y las teclas combinaban por primera vez números y letras. Y la pantalla del teléfono era minúscula. Y los mensajes de texto eran gratuitos. Era la época en la que Airtel rompía el monopolio de Telefónica y su MoviLine. Año 1994. Dios, estoy para una prostatitis.

Ahora los teléfonos son todo pantalla. El tamaño es aún mayor que el de los zapatófonos que usábamos hace ya veinte años. La diferencia es que ahora son ultraplanos, como una cuartilla, como una tabla para cortar queso. Los móviles con cámara de fotos dieron paso a los que incorporaban vídeo, a los que asociaban el correo electrónico, a los que permitían ser utilizados como un pequeño ordenador. Luego llegó el mundo de las aplicaciones y, entre estas, el año 2009, una de las más populares: whatsapp, el wasá. Opio puro. O sea.

Pues bien, resulta que el otro día el chico ese al que le hicieron una película porque se inventó lo del feisbuc, el tal Marck Zuckerberg, pues se lo ha comprado. Total, le ha salido por 16.000 millones de dólares. Calderilla si tenemos en cuenta que 450 millones de personas utilizan cada día este medio de comunicación virtual para incomunicarse de lo real.

No voy a entrar aquí en cuestiones técnicas, ni económicas, ni en las implicaciones educativas o sociales. Ni siquiera me voy a detener a comentar los asuntos éticos de la venta de usuarios.

Llevo tiempo diciendo, casi tanto como desde que se extendió la fiebre y la infección del wasá, que este programita es un invento de los que manejan el mundo para tenernos entretenidos, para que nos dediquemos a contar al éter lo que supuestamente estás viviendo "in situ" de modo que no vives la realidad aunque tengas la sensación de que lo estás haciendo porque lo estás contando.

Y sí. Las cosas no son buenas ni malas en sí mismas. Las cosas, en este caso elwasá, es bueno o malo dependiendo del uso que le demos. La diferencia es que con esto parece que sólo hay un modo de uso: el abuso. Que nadie se extrañe si no recibe mis respuestas. Aunque en la pantalla gigante de su teléfono para picar cebolla aparezcan dos rayitas verdes junto a mi nombre.

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