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La rampa
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La rampa

Actualizado 18/02/2014
Fernando Segovia

También yo he visto llegar a la infanta. Como casi todos. Aparentemente muy digna, sonriente y elegante. Y he oído los gritos de quienes se manifestaban, y de quienes se mofaban directamente. Y no sé muy bien que ha sentido mi cuerpo serrano en la mañana del sábado. Más pena que alegría, he considerado al final. Me he visto ante un espectáculo tragicómico más que ante un hecho normalizado de justicia. Y algo de vergüenza ajena y propia he sentido. Lo de menos, para mi, que bajara o no bajara a pie por la célebre rampa (pido se declare bien de interés cultural ese lugar desde ahora mismo), que pasara o no por el arco de seguridad, que la traten de tú o de usted, o que el fiscal la defienda o se inhiba, o que tenga un camerino al lado de la sala de declaraciones. Todo eso es lo de menos.

Lo más importante la debacle continuada que ese hecho (como otros no demasiado afortunados) supone para una institución antes creíble. Esa mínima punta de iceberg que denota que debajo hay toneladas y toneladas de hielo sucio. Eso no supone nada bueno para una nación que parecía emerger desde los abismos hace bien poco. A la porra eso de la marca España. Y se refrenda con la cosa de Sacyr en Panamá. Y el ningunearnos cuando pedimos una y otra vez más olimpiadas (como elemento de salvación interior). Paro. Supervivencia de caridad. O que nos vayan quitando radicaciones de empresas multinacionales. Y propios territorios que demandan escindirse. Todo eso que supone el absoluto descrédito exterior de una nación. En esa carrera de deméritos estamos metidos. Y ahí sí que somos competitivos. Millones escondidos en cajones equivocados, ineficacia gestora de pésimos políticos de todo color, rescates hipermillonarios de bancos crecidos hasta la soberbia pero esquilmados por directivos ladrones, amplísimos desequilibrios de sueldos, paraísos para la delincuencia europea, y una puerta trasera (a la que sigue obviando Europa) atiborrada de gentes oscuras y pobres esperando el masivo asalto y en condiciones lamentables. Todo eso aquí y ahora mismo.

Y la desafortunada infanta declarando posiblemente con sonrisa y el retrato del padre con traje azul delante. Y un juez al que vemos subir y bajar la rampa y al que vemos la cara a diario (añoro los tiempos de antaño en que no se conocía la cara de juez alguno). Y trescientos periodistas de todo el mundo informando. Y una rampa y una portezuela de juzgado más famosas que la propia catedral (¿pero es que nunca van a abrir la puerta principal de esos juzgados?). Y es que parece más un callejón para cobijar mafias sicilianas o napolitanas, y no es ese lugar de paisaje afortunado, precisamente. Pena, mucha pena, desde luego. Pero esto es lo que hay.

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