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EL DERECHO A LA VIDA
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EL DERECHO A LA VIDA

Actualizado 17/02/2014
Joaquín Merchán Bermejo

La mar no engaña nunca. El hallazgo de otros dos cadáveres eleva a quince los muertos en la tragedia de la playa del Tarajal, en Ceuta. De los quince inmigrantes sin vida, uno era mujer. Todos ellos subsaharianos, menores de treinta años, sin documentación, envueltos en precarios flotadores de botellas de plástico, algunos enfundados con las camisetas del Barça o del Real Madrid, y como causa de su muerte: la asfixia por inmersión. Tremendo. Se me parte el corazón asistir a través de unas imágenes a su velatorio en la arena de la playa y posterior entierro en nichos sin nombre. Me indigna y no voy a levantar la voz, porque sé de lo que hablo, escuchar a ciertos tertulianos hablar sobre el drama de la inmigración sin saber ni entender de lo que opinan, pero les pagamos de nuestros impuestos en televisiones públicas para que, desde una disfrazada solidaridad, muestren el rechazo hacia estas personas justificando lo sucedido en Ceuta.

Los inmigrantes ya sabemos que no traen papeles, pero tienen derechos, no son enemigos, tienen EL DERECHO A LA VIDA (con mayúsculas, negrilla y subrayado), al respeto, a la ayuda, a ser incluso retenidos, escuchados y con unos plazos establecidos por Ley, expulsados de nuevo con una resolución motivada y ajustada a derecho. Todo esto se ha violado y así nos lo recuerdan y recriminan desde Bruselas, claro que, desde esa misma Bruselas se tendría que imponer una política común europea de inmigración, que haga que sucesos como los de Lampedusa y Ceuta no se vuelvan a repetir, para que el sentimiento de vergüenza no vuelva a anidar en nuestros corazones, o al menos en muchos de nuestros corazones.

No quiero entrar en la actuación de unos agentes de la guardia civil que cumplen órdenes de sus superiores y a los que muchas veces he visto socorrer y ayudar a inmigrantes. Esto va más allá de unas cambiantes explicaciones que también me asfixian como ser humano y que aún no han causado ninguna dimisión. Disparar pelotas de goma, balas de fogueo y botes de gases, aunque sea de forma disuasoria sobre personas con el agua al cuello (nunca mejor dicho) para impedir que alcanzaran a nado la playa del Tarajal, debe avergonzarnos (repito la palabra vergüenza) y hacernos replantear: ¿qué está pasando en nuestro país? Esta es la pregunta que me hago cada mañana cuando me levanto y contemplo la gran mentira en la que estamos envueltos, en muchos casos, la gran estafa que estamos soportando.

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