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Un premio Nobel
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Un premio Nobel

Actualizado 15/02/2014
Raúl Vacas

Dicen Mari Luz y Deme, dos buenos amigos, que el día que me den un Nobel se vestirán como en las galas de la tele y pasearán por la Academia de mi brazo, haciéndose los suecos.

A mí me halaga que confíen tanto en mí y en mi carrera y por eso me asusta defraudarles.

Quizá debiera contentarme con un nobel de esos que te dan en los estancos y fumarme uno a uno los deseos de no ser un Premio Nobel bajo en nicotina y alquitrán.

Porque el Nobel de la Paz lo tengo muy difícil, a menos que puntúe esa otra paz que canjeamos en las misas de manera fraternal. O la paz soluble, como el nescafé, que se disuelve en cuatro gestos cotidianos o una mirada disparada a discreción en algún acto de protesta contra todo.

Yo antes coleccionaba paces de misa de domingo. Ahora, en cambio, me entretengo en el vermú del mediodía, que es otra paz muy diferente a la del mundo o el espíritu. Me temo que jamás seré como MacBride o Lech Walesa o Luther King si no logro algún día estar en paz conmigo mismo.

Un nobel en economía, como el de Modigliani, supondría descubrir el precio en euros, de la luna llena o vender mi alma (en Tesoro Público o en preferentes) a Keynes o ahorrar todos los besos que te hubiera dado de no ser porque una tarde te marchaste para siempre. Porque también en el amor hay recesiones y mercado negro y competencia perfecta.

Si me gustaría, en cambio, descubrir el tratamiento exacto contra el odio o el rencor. Unas grageas, tal vez, indicadas para el síntoma de la injusticia que es la rabia y con la propiedad real de hacer que los derechos sean verdaderamente humanos. Ese nobel, igual que el de Severo Ochoa, lo guardaría con el botiquín, junto a la povidona yodada o las tiritas.

Pero también podría contentar a Deme y Mari Luz haciéndoles creer que la física y la química son algo más que un disco de Sabina o un cuerpo en plena forma y un amor capaz de sublimar de sólido a gaseoso. Qué sé yo.

Habré de opositar ?ya no me quedan más opciones? al nobel de Literatura e inventarme otro burro pequeño, peludo y suave como el de Juan Ramón Jiménez o una burrada made in Cela después de un bacalao al ajo arriero. O imitar a Vicente Aleixandre y afilar mis espadas como labios.

Pero si finalmente no lograra dejar un par de huellas del cuarenta y uno en las alfombras rojas de la Academia y no hiciera más mérito que el de vivir y ser feliz, o rechazara como Sartre o Pasternak el galardón, espero que me sepan disculpar y que comprendan que mi premio semanal es ver volar, pero sin dinamita, estas palabras y los sueños que aún no tengo. Y ser siempre novel (con uve de verdad) en el amor. Tan sólo eso.

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