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De princesas y héroes
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De princesas y héroes

Actualizado 13/02/2014
Marta Ferreira

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Érase una vez una princesa española que vivía felizmente y sin aparentes preocupaciones, al margen de la realidad-parece- y de la ley-parece también- en su mansión de Pedralbes. Tenía una vida de ensueño, con un marido encantador-tal vez de serpientes- y cuatro hijos de portada de revista de papel couché. Eran la imagen idílica de una familia perfecta, de esas que sus papás- los Reyes- podían mostrar orgullosos al mundo entero con esa satisfacción, propia de progenitores, de qué bien le ha ido a mi hija-traducción: ¡pero qué bien la hemos educado!

Transcurrió el tiempo y la familia perfecta de la princesa feliz decidió cruzar el charco en busca de mejores oportunidades- parecía- y marcharon a los Estados Unidos a iniciar una segunda parte de esta preciosa historia de cuento. Establecidos allí comenzaron los problemas. Un anónimo juez, de un pequeño juzgado de una isla destino de vacaciones, puso patas arriba la imagen que de ellos teníamos. De repente parecía que el marido de la princesa-tan guapo él, tan alto, tan buen chico- no era el príncipe del cuento perfecto que habíamos creído ver.

Al señor Urdangarín se le relaciona con operaciones económicas más que cuestionables y otras actividades tipificadas como delito por la ley. Transcurre el tiempo y a pesar de las imputaciones- la suya, la de su socio, la de la mujer del socio? ? y de la insólita inimputación de la princesita, ésta permanece al lado de su marido, como el matrimonio que son, apareciendo y pareciendo unidos ante la adversidad y esa mala pasada del destino y nos preguntamos: ¿es que la princesa no se entera de lo que está en juego?, ¿acaso no le importa?

Avanzan las investigaciones y al fin vemos cómo una Infanta de España acude al Juzgado de Palma a declarar como imputada, y de sus declaraciones-grosso modo- se desprende que sabía que existían sociedades de las que ella formaba parte, pero que como confiaba a ciegas en su marido no supo lo que sucedía ni lo que allí se cocía. Pues bien, si tanto confía en su marido como para ni mirar lo que firma, es un problema que ha de asumir ella y que en ningún caso la exime de su responsabilidad; y en segundo lugar, si esa confianza tan ciega la llevó a fiarse de él hasta el extremo y de esa confianza absoluta se ha derivado su responsabilidad, ¿no sería lo lógico que hubiese quebrado, ahora sí, su confianza en él y hubiese optado por el divorcio?

El cuento de hadas terminó y no ha sido el juez Castro, ejemplo de honestidad y profesionalidad a pesar de las trabas que le han puesto, el que lo precipitó, sino ellos. Los propios protagonistas que no tenían ninguna necesidad de abusar ni de implicarse en actuaciones ilícitas perdieron el norte y se creyeron superprotegidos por ser quiénes eran, y les falló el tino.

Moraleja: los cuentos de princesas son sólo eso, cuentos. El juez Castro nos ha hecho, en cumplimiento de su deber, el favor de mostrarnos que la justicia existe y es igual para todos. Si en este cuento hubiese de elegir personaje lo tendría claro: quiero ser el héroe.

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