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La rampa
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La rampa

Actualizado 11/02/2014
Félix Torres

Hace años, quizá muchos, todos los que nos preparábamos para "sacar" el permiso de conducir sabíamos que en las pruebas de pista, aquellas que se realizaban en circuito cerrado, con los nervios a flor de piel y el ingeniero examinador observándonos atento desde la acera, quizá la más temida era "la rampa". Sobre todo la primera vez. Había que llegar a la mitad de esta dificultad y detener el coche. Después, soltando lentamente el pedal de embrague mientras se afinaba el oído para escuchar el cambio de sonido en el runruneo del motor, que debía coincidir con la mitad del recorrido del pedal, el aspirante tenía que hacer un rápido juego de pies, pasar el que estaba frenando al acelerador para pisarlo con firmeza y, al tiempo, continuar la suave subida del pedal izquierdo. Los nervios y la falta de pericia hacían que muchos de los examinandos confundieran alguno de estos movimientos o toda su secuencia y el coche de prácticas cayera hacia atrás sin que el azarado aspirante fuese capaz de acertar a apretar el pedal de freno con el pie correcto o bien que soltase con tanta vehemencia el pie del embrague que bloqueaba el motor "calándolo" o, en el mejor de los casos, acertaba a coordinar el brusco movimiento de embrague con un pisotón al acelerador que hacía rugir el motor y que el vehículo saliese disparado, rampa arriba, como si esta fuese la de lanzamiento de un portaaviones.

Al final, el resultado era el mismo para casi todos los aspirantes: "suspenso" por no superar la "prueba de rampa".

Estos días de atrás ha sido otra la rampa de la que han estado pendientes los medios de comunicación y, a su través, la mayoría de españoles.

La ya famosa rampa de los juzgados de Palma de Mallorca ha centrado la atención de España entera como protagonista accesorio en el proceso que se sigue contra las "empresas" Nóos y Aizoon o, lo que es casi lo mismo, contra el matrimonio Urdangarín-Borbón, pues por ella iba a descender la esposa de Urdangarín como imputada en este caso judicial.

La primera vez en nuestra historia en que una infanta, alteza real, se ve en esta coyuntura y, sin embargo, el debate se centraba en si lo haría a pie o en vehículo; si hacerlo de una u otra forma constituía privilegio o no; si saludaría al expectante público o pasaría sin sonreir; si sería seguro hacerlo a pie o no; si iría vestida de "tal" o de "cual" modisto; si?, si?

Todos hemos estado más pendientes de la conveniencia de ponerle una alfombra roja en la famosa rampa que de la propia declaración de la imputada durante su interrogatorio. Claro, que después, una vez pasada la prueba de la rampa con nota, por lo escuchado, tampoco han sido sus palabras (ciertamente poco aclaratorias) las que han constituido centro de atención de su declaración, pues el protagonismo se lo han robado unas borrosas imágenes en las que se puede medio escuchar a la declarante decir que "no sabía nada", cual Sócrates femenino. Incluso el propio juez anda ahora más pendiente de esa grabación y, sobre todo, de quién la haya realizado, tomándole el pelo, que de las respuestas a las más de quinientas preguntas que se llegaron a formular durante el interrogatorio. Aunque, también es cierto, que el resumen del mismo parece más bien cortito: "No me acuerdo", "No lo sé" y "No recuerdo".

Así, por fas o por nefas, hemos logrado, como en muchas otras ocasiones, hacer del atrezo lo más destacado de la función, olvidándonos de que lo importante es lo que se dijo en la sala y no solo por la señora de Urdangarín.

¡Ah! Por cierto. Aún recuerdo con nitidez cómo mi instructor del autoescuela insistía, casi siempre violentamente, en que tuviésemos claro que cuando la cuesta era hacia abajo, nunca se debía decir "rampa" sino que habría que decir "pendiente".

Pues eso. Que hubiera quedado mejor hablar de la infanta y de si sería capaz de superar la "pendiente".

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