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La sonrisa de Dios
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La sonrisa de Dios

Actualizado 08/02/2014
José Román Flecha

"En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos" (1 Jn 3,16). Ese es el lema elegido por el Papa Francisco para encabezar el Mensaje que nos ha dirigido para la XXII Jornada mundial del enfermo, de este año 2014.

El drama del dolor y de la enfermedad afecta a creyentes y no creyentes. En su carta encíclica "Lumen Fidei", es decir "La luz de la Fe", el Papa Francisco escribió unas frases que han dejado desconcertados a algunos cristianos. Nos dice allí que San Francisco de Asís o la beata Teresa de Calcuta no han podido quitar todos los sufrimientos de los enfermos o de los pobres. Es más, al acercarse a ellos, no han podido dar razón cumplida de todos los males que aquejan a las personas que sufren.

Pero todavía va más allá el Papa, al referirse al misterio insondable del dolor humano: "Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz".

Pues bien, en el Mensaje para la Jornada del enfermo el Papa continúa aquel discurso, que pudo escandalizar a más de un creyente. En esta ocasión, no adopta un tono filosófico para explicar el problema del mal y del dolor. Tampoco parte de una consideración sociológica de la enfermedad. Ni trata de desentrañar la psicología del sufrimiento. Son éstos unos planteamientos muy respetables y hasta necesarios.

Tan necesarios que todos nosotros los hacemos con demasiada frecuencia. El Papa ha optado por otro discurso más religioso y no por eso menos humano. "El misterio del amor de Dios por nosotros nos infunde esperanza y valor. Esperanza, porque en el plan de amor de Dios también la noche del dolor se abre a la luz pascual. Y valor para hacer frente a toda adversidad en su compañía: unidos a Él".

A juzgar por estas solas palabras, diríamos que este mensaje, profunda y decididamente cristiano, va dirigido solo a los enfermos. Pero no es así. También contiene palabras de fe y de aliento para quienes les prestan asistencia y cuidado. Como éstas: "Cuando nos acercamos con ternura a los que necesitan atención, llevamos la esperanza y la sonrisa de Dios en medio de las contradicciones del mundo".

A unos y a otros el Mensaje nos recuerda el amor del Padre, la humanidad del Hijo de Dios, que ha tomado sobre sí la enfermedad y el sufrimiento, y la ternura de la Madre de Jesús y Madre de todos los enfermos y de todos los que sufren. Hermosas las palabras que el Papa retoma del Vía Crucis que celebró con los jóvenes en Río de Janeiro: "El que está debajo de la cruz con María, aprende a amar como Jesús".

El Papa confía a María esta Jornada mundial de los enfermos para que ella ayude a las personas enfermas y sostenga con su fuerza a todos los que las cuidan.

LA LUZ Y LA SAL

Domingo 5º del Tiempo Ordinario. A

9 de febrero de 2014

"Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía". Nadie puede poner luz en este mundo si no vive con espíritu fraternal. Esta es la condición que se expresa en la última parte del libro de Isaías (Is 58, 7-10).

Una parte de la sociedad vive de espaldas a las necesidades de tres cuartas partes de la humanidad. Hablamos de la pobreza que atenaza a muchos millones de personas. Pero muchos de nosotros ni siquiera somos capaces de imaginar las situaciones dramáticas en las que viven y mueren los pobres.

Hay que promover un progreso "para todo el hombre y para todos los hombres", como ha escrito Benedicto XVI. Tenemos que exigir a los gobernantes y a las grandes organizaciones internacionales que cumplan sus compromisos. Pero todos podemos hacer un pequeño gesto de fraternidad. Sólo entonces brillará nuestra luz.

LA DEBILIDAD DE LA LUZ

En el texto evangélico que hoy se proclama, también Jesús emplea la imagen de la luz (Mt 5, 13-16). Sus palabras no suenan como un mandato o como una nueva obligación moral impuesta por una norma. Sus palabras son una revelación. Sus discípulos son en verdad la sal de la tierra y la luz del mundo.

Es cierto que todos hemos de actuar de acuerdo con lo que somos. No podemos traicionarnos a nosotros mismos. Ni podemos defraudar las esperanzas que suscitamos en nuestro entorno. A las dos declaraciones de Jesús siguen algunas condiciones. La sal no puede volverse sosa. Y la luz no debe ocultarse.

Las imágenes son elocuentes. La sal se emplea para preservar a los alimentos de la corrupción y para darles sabor. La luz de la lámpara se coloca en alto para alumbrar a todos los de la casa. Pero la sal no es el fin de sí misma. Al cumplir su función desaparece. Y el aceite se gasta al dar luz al ambiente. Sólo da vida quien la pierde.

LA ALEGRÍA DE LA LUZ

En este momento en que se nos pide vivir con valentía "la alegría del Evangelio", esta proclamación de Jesús resume la misión y el talante de los evangelizadores:

? "Vosotros sois la luz del mundo". Este título no es un privilegio de unos pocos: se aplica a todos los creyentes. Por tanto, no puede fomentar el orgullo de algunos llamados a seguir al Señor. Señala la transparencia que se espera de todos ellos.

? "Vosotros sois la luz del mundo". Este título no es un elogio dedicado a los más instruidos o a los que pronuncian discursos más brillantes. Es una exhortación a dejarse iluminar por Aquel que es la Luz e ilumina a todos los que vienen a este mundo.

- Señor Jesús, tú te presentaste como la Luz. Y afirmaste que quien obra el mal odia la luz, porque pretende que sus obras sean desconocidas. Que el amor con el que nos dedicamos a los pobres de este mundo otorgue a nuestra vida la claridad y transparencia que habrán de hacer creíble tu mensaje. Amén.

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