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Apenas nada nuevo
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Apenas nada nuevo

Actualizado 28/01/2014
Fernando Segovia

Uno, que ya es y se siente más medio viejo que medio joven, conoció otros tiempos adversos para la cultura en general. Tiempos de escasez dineraria y penuria de subvenciones en que había obligación de reinventarse a cada día para asomar la cabeza al mundo del conocimiento. Y puede que ese tiempo guarde algo de semejanza con los que se puedan vivir hoy en día.

En aquellos tiempos de los setenta a los que me refiero, del consabido régimen dictatorial y el paso al mundo democrático, había llamas de velas encendidas (igual que lamparillas) en diferentes partes de la ciudad que impedían que la potente llama macro olímpica de la cultura se apagara del todo. Y entre esa aparente medio penumbra que imaginamos pues aprendimos muchos. Y conocimos hechos, fenómenos, nombres, que dieron sustento a nuestra inquietud por la cultura. Sí, aquí mismo, en esta ciudad de provincias de nuestras desdichas (como tantas otras) en las que parecía no suceder nada de nada. Uno, se buscaba la vida a cada semana y acudía a eventos modestos que nos enseñaban mucho para quienes casi conocíamos nada entonces. No te encontrabas de sopetón con grandes eventos en cada esquina. Que no. Ni había grandes colas para presenciar espectáculos bien promocionados (casi no había periódicos y los que había limitaban mucho sus espacios). Pero acudíamos con interés a conferencias, conciertos, coloquios, lecturas, exposiciones, ciclos de cine forum, tertulias y demás. Y todo aquello nos formó bien. Y nos conformó a unos cuantos. Mis coetáneos quizás recuerden algunos de esos acontecimientos con el cariño y respeto que yo lo hago.

Hoy volvemos a cierta precariedad en casi todo y en la cultura también. Pero la diferencia estriba en la cercanía de tiempos bien recientes en que parecimos gozar de grades eventos y espectáculos caros. Eso posiblemente nos haya deslumbrado un poco y, como después de un flashsazo directo a los ojos, nos deje medio ciegos y desconcertados durante un rato. Pero una vez pasado el efecto inmediato de tanta luz, uno se frota los ojos y dirige de nuevo la mirada buscando algo. Y hay cosas. Se encuentran. Claro que las hay. Quizás bastante más modestas de medios, más cercanas, pero no exentas de pureza y calidad. Es esa otra cultura más de verdad. Más directa y sencilla. Y para nada carente de calidad, aunque el envoltorio sea mucho menos espectacular. Los dos conservatorios de música lo hacen a menudo. También el Ateneo y el Casino que prosiguen en sus esfuerzos a pesar de todo. Alguna librería que cubre muy bien huecos profundos de otros tiempos. Algunos bares y tertulias. El par de galerías de arte privadas que aún nos quedan. Alguna sala oficial que resiste. Y muchos de por aquí que escriben, pintan, componen, tocan músicas (y encima lo hacen bien) o miran y escuchan con respeto e interés.

Y, si no, como antes y ahora sucediese, al final, siempre nos quedará Madrid.

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