Hoy nos toca a otros escribir la crónica de la guerra por la vida que el eterno viajero al detestable mundo de la pólvora, tantas veces llevó a las páginas de los periódicos y las pantallas televisivas, desde aquellos lejanos tiempos en que el maestro Delibes puso a Leguineche al norte de su Castilla.
Duraderas crónicas de guerras que Manu comenzó a enviarnos en 1961, mientras oía silbar las balas por encima de su cabeza en la revolución argelina, continuando luego con su chaleco antibalas en la cruenta lucha indo-pakistaní, cuatro años más tarde, cuando la libertad en España se antojaba inalcanzable sueño.
Luego fue Vietnam, más tarde Líbano, Malvinas, Chipre, Bangladesh, Camboya, Afganistán y la guerrilla sandinista de 1978, donde vimos a Leguineche en todos los conflictos mortuorios batirse el cobre por la paz con las armas de la palabra, el micrófono y la pluma, hasta que una larga, indomable y cruel enfermedad lo postró en silla de ruedas hasta llevárselo por delante en la juventud de los setenta y dos años.
Leguineche fue testimonio de reportero intrépido, ejemplo de periodista racial, comprometido pacifista, prolijo escritor, maestro de informadores y amigo de sus enemigos. Y, sobre todo, supo ser vividor intenso de su agitada historia personal envuelta en el tumulto irracional de los conflictos bélicos
Buen viaje a la eternidad, querido Manu, porque merecido tienes el descanso eterno, aunque te hayas ido dejando pendiente la partida de mus que me prometiste diciendo en tus últimos días que era un asunto del pasado, como también lo fue el ser jefe de la tribu que no disfrutó una infancia feliz, pero tuvo Vietnam.