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Tefía
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Tefía

Actualizado 24/01/2014
José Ramón Serrano Piedecasas

Allá por los cincuenta, Rubén tenía un amiguito que se llamaba Manolito. Rubio, angelical, tierno y, por encima de todo, crédulo. Manolito iba a un colegio de curas. Lo sentaban en un pupitre y le enseñaban muchas cosas. También jugaba en el patio al "dole, tele, catole", al "esconderite" y a "guardias y ladrones". Como es sabido Octubre es el mes misionero por excelencia. Niños y niñas revolotean por las calles de la ciudad llevando entre sus manos unas cabezas de chinos, negros e incluso pieles rojas. Dos eran los elegidos, uno portaba el cepillo y el otro vendía el producto. Día de asueto. Día en el que los afortunados eran intensamente envidiados por sus compañeros. Se les elegía a dedo y el dedo pertenecía al Padre Catequista, conocido como "la Cabra". Bajito él, caminaba dando saltitos por el patio, siempre sonriente, siempre rodeado de niños. Pues bien, días antes de la fecha señalada, Manolito fue convocado por la Cabra a sus dominios. Estatuas de yeso representando vírgenes y santos, pendones sagrados, libros píos por aquí y por allá y muchas cabecitas de paganos concitaron el inmediato interés del niño. Él, sentado y de pie Manolito a su lado. Él lo atrae con cariño hacia su persona. Manolito sorprendido por tantas muestras de afecto. Él soba sus tiernos muslos y le dice: "¿te gustaría salir el día del Domund?". Manolito: "¡Sííí Padre! La mano de él asciende hacia arriba y comienza a introducir sus dedos por debajo de su pantaloncito corto. Manolito se siente muy desconcertado. El forcejea y empieza a jadear. Entra otro niño corriendo: "¡Padre, Padre!". Salvado por la campana. Esa noche el amiguito de Rubén se lo cuenta a sus padres. "¿Y qué más? ¿Qué más hizo? De esto, ni una palabra a nadie. Si vuelve a suceder algo así nos lo cuentas". Por el tono empleado Manolito percibe que algo grave ha sucedido y por primera vez en su vida se siente importante. Hace unos días un cardenal español, electo por el papa Francisco, afirmó que la homosexualidad, como la arterioesclerosis, es una enfermedad y que como tal puede ser curada. El buen hombre aclara untuoso: "esa deficiencia puede ser normalizada". ¡Qué bonito! ¡Qué dominio del idioma! En las mismas fechas en las que la Cabra metía mano a Manolito y el cardenal electo tendría veintitantos años, existía en Tafía, isla de Fuerteventura, una colonia destinada a "normalizar deficiencias". Allí se curaba a los maricones. ¿Y cómo?: uno, picando piedra ("Salimos de Jandilla para el Tarajal; pico por delante, pala por detrás"); dos, cantando el "cara al sol con la camisa nueva"; y tres, rezando, uno tras otro, inmersos los pervertidos en la canícula africana, rosarios santísimos en el patio de la cárcel. Para los irreductibles tres soluciones finales: uno, electroshocks; dos, lobotomías; y tres, suicidios liberadores. Por cierto, aquel presbítero conocido por "la Cabra", años después, según supo Rubén, fue trasladado como instructor de la fe, a otro colegio en algún lugar de Cataluña.

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