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¿Periodista? ¿Seguro…?
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¿Periodista? ¿Seguro…?

Actualizado 20/01/2014
José Javier Muñoz

¡Cuánto periodista!, dicen que exclamó al salir del portal de su casa uno de esos individuos pillados en un renuncio de bragueta o cartera de los que proliferan casi tanto como los periodistas. He conocido a numerosas personas que se autocalifican de periodistas por el mero hecho de haber aparecido con unas líneas en un diario o participado como tertulianos en un programa radiofónico, pero el panorama mediático ha llegado a tal extremo que no puedo por menos que compartir la exclamación de sorpresa del caradura asediado por cámaras y micrófonos.

21 enero ¿Periodista IlustraA ver, yo preparo diariamente la comida en mi casa pero no puedo decir que soy cocinero. Y por tener desde hace más de cuarenta años el permiso de conducir no soy taxista ni piloto de carreras. Por la misma regla de tres, disfrutar de permiso para publicar no significa ser periodista. En realidad, sólo una ínfima minoría de los que firman en los medios de comunicación lo son. No hablo de quienes carecen de carné y no han cursado la carrera, que los hay que trabajan más y mejor que muchos titulados. Me refiero a los personajillos de la farándula que abrevan de la telebasura y a los aficionados que, por muy bien que escriban, no deben sus garbanzos ni su caviar a bregar con la actualidad, las incomodidades del día a día, las amenazas de los poderosos y las filtraciones e infamias de los sinvergüenzas.

Estoy particularmente sensibilizado con este asunto porque soy periodista e hijo de periodista. La primera vez que, siendo estudiante, leí que esta profesión figura entre las de más alto riesgo, comparable al de piloto de pruebas, pensé que se trataba de una consideración sensacionalista y romántica motivada por la imagen de los reporteros de las películas americanas. No asociaba entonces el peligro con la úlcera de mi padre (titulado en 1945 en la tercera promoción de la Escuela Oficial de Periodismo), ni preveía la complejidad de los vericuetos, toscos unos, sutiles otros, por los que me vería obligado a caminar durante treinta y tantos años. Es obvio que no me refiero tanto al peligro físico, que también, como al cúmulo de contrariedades inherentes al oficio.

No son periodistas Belén Esteban ni el pequeño Wyoming ni Kiko nosecuantos pero sé cuentos. Y tampoco lo son escritores tan afamados como Antonio Gala, Juan José Millás, Javier Marías, Juan Manuel de Prada o Francisco Umbral, pese a que cobren o hayan cobrado buena pasta por sus artículos. Los primeros son bufones de la plebe, y los segundos columnistas o escritores en prensa. En ningún caso periodistas, insisto, puesto que nunca en su vida levantaron, investigaron o redactaron una sola noticia, que es lo que constituye el fundamento de este oficio.

Que no se moleste mi admirado Alberto Estella, pero el periodismo de opinión tampoco es la esencia del periodismo. El periodismo se basa en hechos y en datos reales y verdaderos. "Si quieres decir la verdad, dila con sencillez y claridad. La elegancia déjasela al sastre", propugnaba Albert Einstein. Valga otro símil culinario: en el proceso de la comunicación los periodistas ejercen las funciones equivalentes a las que para alimentarnos cumplen los agricultores, los industriales transformadores y los cocineros convencionales. Para interpretar, valorar o sublimar las cualidades y calidades de los alimentos y su repercusión en la salud, para aconsejar o desaconsejar su consumo y darles texturas o sabores inusuales, hay otra amplia gama de especialistas, desde veterinarios a filósofos y desde nutricionistas a ministros de Sanidad. No: ni Ferrán Adriá ni el más riguroso crítico gastronómico constituyen la esencia de la alimentación. Lo esencial está en la materia prima, los frutos de la realidad (los datos, las noticias), que los periodistas extraen, procesan, cocinan y presentan de la forma más sencilla y asequible posible. Es evidente que la calidad media del periodismo actual es mala, pero su clave continúa siendo buscar hechos nuevos, relevantes y de interés público, contrastarlos y difundirlos (por escrito, de viva voz o mediante imágenes) distinguiendo rigurosamente entre información y opinión.

En cuanto a lo de ser escritor, a efectos administrativos y fiscales existen dos criterios para calificarse como tal: que la literatura constituya una fuente habitual de ingresos (los libros sólo dan dinero a un puñado de privilegiados) o haber publicado al menos cinco libros por cuenta ajena. Es decir, ni siquiera valen las autoediciones, tan en boga desde que la digitalización permite editar ejemplares como si fueran churros. Una de las primeras mujeres que ejerció profesionalmente como periodista en España, la seductora Carmen de Burgos (Colombine), que publicó también novelas, ensayos y biografías con notable éxito, dejó escrito: "No tengo la vanidad de los escritores, y si alguno de mis compañeros la padece, le aconsejo que se haga periodista militante, vaya a las redacciones y verá como se nos dan los bombos".

La calidad es otro cantar. Yo comparto el criterio de Nicolás Boileau de que en el peligroso arte de rimar y escribir apenas existen diferencias entre los mediocres y el peor.

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