Humor por decreto

Dicen que, hace unos días, uno de nuestros más preclaros lideres políticos se lamentaba de la falta de "sentido del humor" de los salmantinos.

Esto del sentido del humor, de chico, yo no se lo escuchaba decir a nadie en aquella Salamanca auténtica que atrasaba los relojes (en nuestra ciudad siempre ha habido dos horas: la de la Catedral y la de la Mariseca) no para vivir rezagada, sino para vivir con más tiempo. Entonces solo había guasones, optimistas o tíos con chispa.

Por donde nos haya entrado la peste ésta de reclamar a todo el mundo sentido del humor, no lo se. Puede que el cada vez mayor colonialismo lingüístico del idioma inglés le haya dado a mucha gente una idea aproximada de la existencia del humor y del uso que los británicos hacen de él, pero creo que es el más tópico cine norteamericano el que ha difundido la consigna "hay que tener sentido del humor", es decir, soltar un chistecito en lugar de un rotundo y aliviador taco cuando te caen cincuenta kilos en un pie. Parece que se nos exige un buen sentido del humor para no tener que escuchar nada que moleste de nadie, ?Tenga usted sentido del humor y no me fastidie-.

Nos piden sentido del humor hasta en las ofertas de empleo, y esta es una de las idioteces más pringosas que hay que sufrir en nuestros días. Quieren convertirnos en esos impávidos héroes de la factoría de Hollywood a los que los guionistas (estos sí, con un perro sentido del humor) les cuelan en los diálogos frasecitas de ruptura humorística, que aparte de hacerles parecer más héroes, también sirven de pauta para que los devoradores de hamburguesas sepan cuando tienen que reírse.

Buscan que el sentido del humor sea cosa general, de buenos chicos, prueba inequívoca de humanidad, de buen espíritu de grupo y de claro propósito de agradar y de ser leve siempre; en la sociedad, en el trabajo, en los negocios y hasta en los entierros (no hay más que fijarse en los saraos que hay a la puerta de los velatorios).

¡Qué mala interpretación del verdadero sentido del humor! Algo que, como se ve, no es patrimonio de multitudes sino de una minoría que por desgracia no se sabe como aumentar.

El humor ni se enseña ni se aprende porque es un sentido, y por tanto tampoco no se puede exigir.